Un lector me “exhorta” a que “en beneficio de la juventud, que desconoce por completo los méritos de este varón ilustre, escriba una vez más sobre él, puntualizando el mérito de su vida ejemplar”. Se refiere a mi artículo en el que reseñé el oportuno reconocimiento que hizo la Asamblea, en solemne ceremonia, al denominar la ex cámara del Senado, Salón de la Libertad “José Mejía Lequerica. En él reconocí al egregio quiteño, que deslumbró en las Cortes de Cádiz con su elocuencia y valentía, apoyando las reformas contra el absolutismo y defendiendo los derechos del hombre americano y español.
Difícil hacer justicia a tan egregio personaje en pocas líneas. Vale recurrir al escritor e historiador Hernán Rodríguez Castelo, quien acaba de publicar una sesuda biografía bajo el título “Mejía, voz grande en las Cortes de Cádiz”, que la Academia Nacional de Historia tuvo el acierto de obsequiar al Presidente y a cada uno de los miembros de la Asamblea Nacional. Sintetizando el mérito de la vida ejemplar de José Mejía Lequerica, diré que en su corta existencia (Quito, 1777- Cádiz, 1813), demostró no estar por demás en este mundo, pues no vivió para sí. Víctima de prejuicios por ser hijo natural (su padre nunca lo reconoció), desde tierna edad, autodidacta, demostró su inteligencia; a los 11 años empezó sus estudios formales en Gramática y Humanidades, y no cesó de seguir estudios académicos como preparándose para su misión apoteósica en Cádiz.
Estudió Filosofía, Teología, Sagrada Escritura, Medicina, Cánones, descollando en todas, además de botánico, matemático, latinista, periodista, poeta y gran orador.
Pero tuvo que enfrentar adversidades, como la de los padres dominicos, quienes, por la “ilegitimidad” de su nacimiento, le negaron el título de Bachiller en Medicina y en Cánones hasta que limpiara su nombre, y más tarde lo destituyeron de la cátedra de Filosofía por adherir a métodos experimentales en desmedro del Escolasticismo.
Rechazado, aprovechó la invitación del conde Puñonrostro para ir a España donde se alistó en la lucha contra Napoleón. Designado entre 28 americanos diputado suplente por el Nuevo Reino de Granada, fue “la voz grande”.
Rodríguez Castelo le dedica la segunda parte del libro al análisis de sus grandes discursos en la Constituyente de Cádiz, especialmente contra la Inquisición y la esclavitud, y sus contribuciones a la redacción y promulgación de la Constitución del 18 de marzo de 1812. Gran mentor, no solo para los jóvenes del colegio Mejía de Quito, sino para toda la juventud iberoamericana.