La Constitución de la República enuncia que Ecuador es un Estado intercultural. Sin embargo, la mayoría de los pensadores y estudiosos que tienen como su objeto de análisis a la interculturalidad, coincide en que esa relación no existe aún, sino que debe ser construida. Pero, además, añaden que el mismo concepto de interculturalidad está en desarrollo.
La interculturalidad no es solo advertir la existencia de las otras culturas y tomar contacto con ellas. Tampoco es limitarnos a dar el espacio laboral a miembros de un pueblo que se distingue por ser portador de una lengua ancestral o una vestimenta histórica y distintiva. Menos aún es colocarla en un escenario como ‘cosa’ exótica. Estamos de acuerdo con aquellos autores que dicen que la interculturalidad tiene que ver con la relación intersubjetiva entre iguales. Esto significa, por ejemplo, que los grupos de mestizos que constituyen la mayoría, logren entender y respetar las formas subjetivas, es decir, de pensamiento, de pueblos indígenas, que son muchos y diversos. Así mismo, que pueblos de indígenas intenten comprender las representaciones e imaginarios de los mestizos. Pero, además, interculturalidad en Ecuador no puede ser entendida solo en el contexto de la relación entre mestizos e indígenas, sino también entre grupos generacionales y entre lo que históricamente han sido los centros y las periferias.
Uno de los desafíos más interesantes de la relación intercultural, que tiene que ver con la geopolítica del conocimiento e incluso con la descolonización del conocimiento y el pensamiento, es la construcción de un espacio y modo de relación entre la ciencia y el saber ancestral o histórico. Hasta ahora hemos estado convencidos de que el único saber válido es el de la ciencia, y la ciencia ha sido generada casi siempre en los imperios y sus centros de poder, por lo que ha servido para dominarnos y colonizarnos.
Ahora estamos más conscientes de que durante diez mil años los pueblos originarios crearon conocimientos y saberes, y que debemos comenzar a identificarlos y analizar su validez en medio de eso que Eduardo Gudynas llama una ‘ecología de saberes y conocimientos’.
Una interculturalidad entre epistemes no debe significar desechar la ciencia, por muy occidental y eurocéntrica que sea; tampoco asumir como saber ancestral cualquier cosa. En el espacio intercultural que se construya en las universidades y otros centros debe crearse un modo de diálogo, que tenga como su norte unir e incrementar conocimientos para la vida, abierto al acceso de todas y de todos, para dar lugar a eso que René Ramírez llama un sistema cognitivo basado en la propiedad colectiva del conocimiento.
Sin la relación de saberes y conocimiento, vena por donde circula un campo de las subjetividades, es difícil construir la interculturalidad real, y menos aún construir un sistema de conocimiento autónomo y colectivo, tanto para consolidar el ‘biosocialismo’, cuanto para repeler las bases del capitalismo.