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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Interculturalidad banalizada

03 de enero de 2016

La cultura no es una esfera autónoma desprendida de condiciones concretas, es una totalidad en la que se tejen no solo ideas, señas y expresiones estéticas, sino condiciones sociales de producción y relaciones de poder. En un mundo atravesado por el capitalismo, las culturas no pueden ser comprendidas, sino en relación a ese sistema económico-político.

Los colectivos que tienen señas e historia particular; los artistas, que en general usan lenguajes estéticos para expresar ideas y subjetividades, al igual que los sencillos hombres y mujeres, son sujetos sociales, que por su condición humana, son creadores, modificadores y difusores de cultura. La relación entre culturas, es a veces re–conocimiento del Otro diferente, pero, en otros casos, es “lucha de sentidos”, y por tanto lucha política. La cultura incide en las mentalidades y cosmovisiones. Por ello los grupos dominantes siempre usan la cultura, y desde el siglo XIX, muchos medios de comunicación son canales de reproducción de los valores culturales afines a determinados intereses.

La Constitución define al Ecuador como un Estado intercultural, por ello sus ciudadanos y pueblos tienen derecho a una educación y comunicación intercultural. La Ley Orgánica de Comunicación dispone que para efectivizar el derecho a la comunicación intercultural y plurinacional, los medios deben destinar espacios para que las nacionalidades y pueblos indígenas, afroecuatorianos y montubios, produzcan y difundan sus lenguas, cosmovisiones, tradiciones, conocimientos y saberes.

Desde que se emitió la disposición, los medios dedican espacios a eso que ellos interpretan como ‘interculturalidad’. Una muestra a priori de las publicaciones de periódicos revela, sin embargo, que al mismo tiempo que se ha producido una visibilización de la diversidad cultural con enfoque étnico, se ha banalizado la historia y la dimensión social de la cultura de nuestros pueblos. La mayoría de las publicaciones no conecta las tradiciones, saberes y conocimientos con los problemas de exclusión y desigualdad. La estética vaciada, tejida con la emoción y el sentido de lo exótico, devora la dimensión concreta. Se impone la comprensión de los pueblos afro como cultura rítmica y se silencia la historia de esclavitud; se envuelve a los montubios en danzas a veces reinventadas, y nada se dice de su historia campesina; se habla de la mama Negra o la indumentaria de los pueblos indígenas, pero se oculta su historia colonial. Así, la igualdad cultural crea la apariencia de la igualdad social, tópico que es reflexionado por el pensador argentino, Carlos Mangone, quien cree que la “alternatividad” en medios de comunicación está siendo atrapada por el culturalismo. Así, lejos de destruir la idea de la alta cultura, el peligro es que comunicadores y medios se conviertan en los sacerdotes encargados de acortar la distancia entre lo sagrado y lo profano.

La demanda de llenar las páginas para cumplir con la Ley genera condiciones para la formación de periodistas aparentemente especializados, los cuales en general, salvo debidas excepciones, reproducen eso que Bourdieu llama el efecto ‘ómnibus’: la homogeneización y la construcción de discursos culturalistas vaciados de explicación histórica, llenos de afirmaciones banales a veces inventadas, que evitan generar reflexión y el desarrollo de la conciencia social. Esta apuesta de ciertos medios busca al final de cuentas despolitizar la sociedad, para evitar la formación de poder popular. (O)

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