Mientras el país trata de abrirse paso en la crisis, se desangra por la delincuencia en medio de angustia colectiva porque las grandes mayorías carecen de oportunidades ciertas para progresar. La inseguridad resulta de desaciertos, desidia y hasta vínculos e intereses oscuros; nos paraliza multiplicando la crisis presente desde antes de la pandemia. Mientras, la Política, ese arte de lo posible, gracias a sus variopintos exponentes no ofrece soluciones ni señala los puntos de encuentro y acuerdo que se esperan con avidez.
Son legión los políticos que solo se enfocan en la coyuntura y el interés directo; con dificultad y poltronería se miran solo el ombligo, sin percatarse de la posibilidad de observar más lejos, para comprender cabalmente la grave situación colectiva y buscarle remedio. Permanecemos varados en un punto de no retorno dentro de un largo túnel de oscuridad que ojalá conduzca a la refulgente luz de la democracia y a la construcción política de un Estado con institucionalidad fuerte para servir a la sociedad.
En general, el poder legislativo falla al no producir leyes adecuadas ni fiscalizar el ejercicio del poder público; yerra también el poder ejecutivo con políticas estériles que no permiten atender las urgencias sociales; así mismo, se equivoca el poder judicial y la justicia cuando sirve como herramienta selectiva para amedrentar, perseguir o dejar en la impunidad a los amigos del poder de turno.
Que la política no deje de ser el arte de lo posible -en clave legal y positiva-, para pasar a ser el arte de lo inaceptable. La impronta republicana del Estado ecuatoriano no funciona defectuosamente debido a fallos de diseño, sino por gente incapaz de conducirlo con visión e inteligencia; el secreto radica en favorecer la participación, el diálogo, el acuerdo, la experticia y cooperación internacional, y la acción decidida por el interés general. Un instrumento puede ser bueno o malo, esto depende quién y cómo lo use.