Barack Obama, el presidente yanqui, acaba de mostrarse como un aprendiz de emperador equivocado de siglo y de planeta. Eso lo demuestra con sus desdichadas declaraciones según las cuales “Venezuela se ha convertido en amenaza extraordinaria e inusual contra Estados Unidos y su política exterior”.
Si estuviéramos en Marte, el planeta de la guerra, y si cursáramos ahora el siglo veinte que fue el siglo de la superpotencia norteamericana, la explosión verbal podría tener sentido, pero para decepción del ilustre aprendiz, nos encontramos en el planeta Tierra y en los inicios rotundos del siglo XXI, cuando en todas partes la humanidad se levanta contra las guerras demenciales del imperio y el capitalismo salvaje. En el siglo pasado, Norteamérica gozó transitoriamente de un poder unipolar y pudo dictar a su gusto, con el apoyo de la vieja Europa, políticas neoliberales para saquear la riqueza de numerosas naciones y arruinar la vida de millones y millones de seres humanos. Pero su marcha triunfal terminó muy pronto. El exterminio de Libia e Irak, el baño de sangre de Afganistán y Siria, acabaron con el mito de la democracia americana, mientras en América Latina una nueva democracia y un soñador socialismo del siglo XXI acabaron con las dictaduras que nos fueran impuestas desde Washington a través de sus dos brazos criminales: la CIA y el Comando del Pacífico Sur, que pretendió asentarse en Ecuador con la base de Manta.
Desde luego, la agresiva declaración del miniemperador no es ninguna bravuconada, por estúpida que sea. Ella responde a la desesperación que vive el gobierno invisible de Estados Unidos: el complejo militar-industrial-financiero que maneja a su antojo las riendas de la Casa Blanca. Es este gobierno (en verdad no tan invisible) el que quiere mantener como sea el manejo unipolar del mundo, para lo cual coloca al planeta al borde del precipicio de una guerra nuclear, en su delirio por acabar con el crecimiento de China y Rusia, la fuerza del Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y barrer del continente a Unasur, Alba, Celac, Petrocaribe y más organismos que garantizan el surgimiento y consolidación de Nuestra América.
De allí los afanes enloquecidos de sepultar al ‘chavismo’, para lo cual el primer paso es derrocar al gobierno de Nicolás Maduro, invadiendo Venezuela, si hace falta, dado que las fuerzas de la derecha y el fascismo locales, pese a la sangrienta oposición ejercida, está lejos de recuperar el poder por vía democrática.
Pero al gran cazador le va mal con sus bravuconadas y pronto comprobará que el tiro le salió por la culata. Ahora mismo, ni siquiera la OEA, tan servil siempre, se atreve a brindarle su apoyo, mientras la arrogancia del imperio sensibiliza al pueblo venezolano y une con más fuerza a los pueblos del continente. Si esta vez la soldadesca yanqui planta sus botas en playas venezolanas, las llamas de la rebelión antiimperialista se alzarán en todas partes.