Hace pocas semanas me visitó un buen amigo español, a quien conocí cuando trabajaba en España, él estuvo pocos días en Guayaquil y lamentablemente fue asaltado en pleno centro de la ciudad, lógicamente se fue indignado por la agobiante inseguridad que soportamos. Créanme que sentí mucha vergüenza.
Resulta irónico decir que Guayaquil es una ciudad turística, aunque es justo reconocer que se ha mejorado sustancialmente su ornato, pero aún falta mucho por hacer en materia de seguridad. Debe la administración municipal crear una Policía de Turismo, que brinde protección a los turistas nacionales y extranjeros, y sirva también de escolta en los recorridos por los lugares más emblemáticos de nuestra ciudad. Ante esta realidad hay que hacer algo inmediatamente. Propongo varias ideas, basado en mi experiencia laboral en empresas de seguridad privada:
Primero, que se formen nuevas escuelas de capacitación para seleccionar a los nuevos elementos de la fuerza pública, con asesoramiento de especialistas nacionales y extranjeros. Segundo, hay que profesionalizar a nuestros gendarmes, pagándoles mejores sueldos, viáticos e incentivos por traslados. Tercero, se debe permitir el ingreso a Ecuador de nuevas empresas multinacionales de seguridad privadas de reconocido prestigio en otros países. A propósito de lo señalado, cito el ejemplo de España, para trabajar en una de estas empresas, es necesario hacer varios cursos teóricos y prácticos bajo la supervisión de la Policía. Además, se hacen exámenes sicológicos a los futuros guardias de seguridad antes de dotarles de armas, siendo periódicamente evaluados en el desempeño de sus funciones. Cabe evocar nuevamente al filósofo griego Platón, quien en su obra Las leyes, expresaba: “Las leyes penales tienen, principalmente, un fin curativo”. Consideraba a los delincuentes como enfermos o deficientes intelectuales, y su enfermedad consistía en una aberración, pues, según la enseñanza de su maestro Sócrates, ningún hombre es voluntariamente injusto; solo por ignorancia de la verdad, el ser humano tiende al mal.
En consecuencia, da al Estado una función educadora: quiere leyes acompañadas de exhortaciones y disertaciones que expliquen sus fines. La ley es el medio para curar a los delincuentes; y la pena es la medicina. Pero a causa del delito, también el Estado se hallaba en cierto modo enfermo, razón por la cual, si la salud de este lo exige, esto es, cuando se trate de un delincuente incorregible, deberá ser eliminado en holocausto al bien común. No obstante de ser un asiduo lector de las obras de este filósofo, no estoy de acuerdo con aplicar la pena de muerte en nuestra sociedad, puesto que todavía no nos hemos recuperado de la inversión de valores y malas costumbres que nos dejaron los neoliberales que provocaron la quiebra económica y moral del Ecuador, a finales del siglo pasado e inicios de este nuevo milenio.
Como humanista, estoy convencido de que la educación es el remedio para todas las enfermedades sociales.