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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Innovación y conocimiento descartable

13 de julio de 2017

Estamos viviendo la fase del ‘capitalismo cognitivo’, lo que significa que la cultura se ha transformado en un lugar económico donde se genera la explotación laboral y la renta (Ramón Zallo). El tractor de este tipo de economía es el trabajo tecnoinformacional y digital y los rasgos de su producción son la estandarización, innovación, circulación veloz, caducidad y descarte.

La ‘innovación’ es una palabra y concepto que en principio tiene un espíritu positivo y que incluso refleja una especie de condición humana por la cual se ha buscado desde siempre transformar la realidad concreta para mejorar condiciones de vida. Sin embargo, en el contexto actual, es un impulso que busca efectos concretos con fines económicos. En la mayoría de las ocasiones no se requiere conocimiento socialmente útil, sino la ‘novedad’ para que circule en internet. Una de las reglas más preciadas de este shopping es lograr que todo lo nuevo se vuelva inmediatamente viejo, justamente para que alguien lo innove de manera genuina o incluso maquillada o mentirosa,  para que renazca la necesidad de la recirculación.

El llamado capitalismo cognitivo que tiene muchas aristas, no solo cumpliría su designio económico, sino también el de colonizar las mentes mediante sutiles componentes subjetivos, como el monolingüismo, poniendo en riesgo nuestra identidad colectiva que ha sido preservada a partir de la lucha latinoamericana, librada en el campo de la cultura, esfera que ya no funciona al parecer separada, porque esta vez es el lugar mismo del mercado. Todas las normas sobre la producción de conocimiento científico están dictadas por grandes centros de poder, de esa manera el conocimiento adquiere validez si cumple con parámetros bibliométricos, si está escrito en inglés, formateado, estandarizado y sobre todo si es de impacto y nuevo, creado no antes de cinco años.

Ahora los obreros intelectuales del mundo deben sobretrabajar pegados a la pantalla para crear conocimiento superior antes del quinquenio, o en otro caso hacer buenos refritos, que al final son aceptados porque tienen el valor superior de la rapidez para la recirculación. Así, los viejos, lentos y reflexivos profesores, intelectuales y científicos del siglo XX, deben transformarse en ágiles organizadores de datos, veloces digitadores, innovadores, refriteadores, sistematizadores, para calmar las ansias del sistema, que además quiere explotación más explotación y evitar la reflexión.

Cumpliendo fielmente y de manera convencida la interpretación de una política institucional, una especie de inspector de una universidad se mostró en desacuerdo con que en una bibliografía de la planificación del año docente se incluyera el texto sobre La Política, de Aristóteles, por ser caduco, escrito hace miles de años e impreso en 1956, por lo que recomendaba al menos usar un resumen actualizado colgado e internet. Para probar las costuras del sistema, el profesor ideó una estrategia e incluyó el mismo texto reeditado recientemente por una editorial cibernética, de esas que además venden bibliotecas digitales y cobran muy bien por ese servicio. Así, Aristóteles reeditado en internet, aunque no indexado, le hizo un guiño a eso que llaman ‘capitalismo cognitivo’. (O)

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