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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Indumentaria y política

24 de febrero de 2014

La forma de vestir es un signo elocuente y visible de quiénes somos y cómo queremos que nos vean los demás. Los valores de la innovación, el antiestablishment, lo vanguardista; o, por el contrario, la elegancia, sobriedad y conservadurismo. Es cierto que no hay líneas claras al momento de las tendencias en el vestir en concordancia con las ideologías, claro, si nos han dicho que las ideologías terminaron, las modas que las acompañaban también parecieron diluirse, pero solo temporalmente. Me refiero a la moda de los sesenta y setenta de la generación revolucionaria, que hacía gala de chaquetas de pana, barba, lentes en el caso de hombres; y faldas largas y coloridas, pañuelos y accesorios, como collares y pulseras para las mujeres; esta indumentaria ha quedado atrás. No obstante, moda y política aún pueden ser muestras visibles de las tendencias ideológicas de  los políticos.

Últimamente, por fortuna cada vez más, podemos encontrar mujeres en la política ecuatoriana que refrescan el sombrío panorama de ver solo hombres con trajes grises en oficinas, eventos, inauguraciones y asambleas. Las más recatadas tratan de disimular su presencia con trajes oscuros de sastre, cortes de cabello poco audaces, pero una mujer política resulta más visible y expuesta que un hombre político. El gobierno actual, con el Presidente a la cabeza, ha incorporado el uso de camisas que recogen las tradiciones culturales y artesanales andinas. Esto ha sido imitado por varios de los políticos del mismo grupo, y ha significado enviar un mensaje de contraste frente a una moda burguesa anclada en el traje gris de casimir costoso, acompañado de una fina corbata, del político tradicional ecuatoriano.

Sin embargo, como país diverso e intercultural que somos, lo más simbólico, aunque aún insuficiente, ha resultado tener ponchos, sombreros, turbantes, plumas, polleras en espacios plurales, como suele ser la Asamblea, por ejemplo.

En esta campaña pudimos ver algunas ‘modas’ que llamaron la atención, como el corbatín de algún candidato o los tirantes de otro. No faltó la camisa o guayabera arremangada, la de color pastel a cuadritos, el traje sastre de la candidata y la aburrida camisa roja, verde o blanca, como parte de identificación de un partido o movimiento político, que acabaron homogeneizando al candidato o candidata en el montón, sin posibilidades de colocar su propia impronta. Pero quizás ellos y ellas querían transmitir su fidelidad y lealtad a los principios partidarios, a riesgo de perderse en la marea de cada color.

A dos días de que se realicen las elecciones, desconocedora de los resultados y luego de haber escuchado todo tipo de ofertas y estrategias, me parece que el análisis de la estética, la indumentaria y la política bien puede ser un tema que cuando el amable lector o lectora acceda a esta columna, resulte desactualizado, pero espero que refrescante.

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