Estoy seguro de que la tristeza, dolor e indignación que me embargan, por la situación delicada que vive la patria; los siente también usted. Contextualizando, el clima nacional fue tóxicamente contaminado por determinadas personas (que tomaron partido de la protesta pacífica impulsada por el pueblo indígena) para sembrar inquietud y temor social, para destruir bienes privados y públicos, y evidentemente para conducir a la sociedad a un estado anárquico. Histórico en el país, pero que causa vergüenza. Ejemplo: asalto e incendio al edificio de la Contraloría.
Así mismo, me genera dolor e indignación las apreciaciones que merecen mi total condena, debido a la generalización: “… los indígenas son los protagonistas de la violencia”. Hasta elementalmente es injustificable tal afirmación.
Hablando con mis abuelos, jamás nuestros indígenas han atentado contra lo que todos hoy gozamos y que ellos han contribuido de cierta manera: el patrimonio estatal, o mucho menos impedir a quienes producen riqueza, tratando la tierra, hacerlo.
Por mi experiencia de vida, tuve contacto con ellos, y, sin duda: son gente buena, solidaria y que se organiza para ayudar, y que brinda un trato a los “no indígenas” como si fueran su propia familia.
Bajo este diagnóstico, no es momento de analizar la posición del Gobierno y de los indígenas. Sí de apreciar aquel alivio generado por una persona que, abandonando la propia comodidad (por no ser parte de la litis de las partes), actuó –aunque preocupa que alguna otra persona no haya tomado la iniciativa, antes–, evitando una guerra con bajas humanas.
Me refiero al alcalde de Quito, Jorge Yunda. Un mediador que logró que la tarde del domingo se dé el diálogo directo de ambos sectores.
¡El Gobierno y los indígenas han cedido a dialogar! El reto está en acogerse a las máximas de la mediación: escucharse y ceder posiciones para “win-win”. Y sí, como lo dijo Yunda: “… lo demás solamente ya es de buena voluntad”. (O)