Cuando Lenín Moreno anunció que su eventual candidatura presidencial solo era factible con el auspicio de Alianza PAIS (AP) y que se concretó en los hechos, surgió la inquietud sobre lo que haría Lenín de triunfar en las urnas. Es decir, si gobernaría con el libreto de Rafael Correa cuidándole el puesto o, en su defecto, marcaría su propio espacio intentando consolidar su liderazgo político. No era necesario ser un genio para leer en los mensajes de campaña electoral que, efectivamente, pretendería reclamar su independencia en la gestión presidencial, también probando en los hechos su deseo. Resulta inútil a estas alturas comentar sobre el actual proceso de rompimiento o separación entre el actual y el anterior mandatario, lo cierto es que ocurrió, está vigente y no se avizora una posible reconciliación.
En consecuencia, es evidente que las bases de Alianza PAIS tienen un problema de lealtades compartidas, pero, más grave aún por sus efectos, es que tal incomodidad igualmente la reflejan aquellos adherentes que están inmersos en la institucionalidad del país a todo nivel. La mayoría esconde su decisión en juegos de palabras, discursos evasivos o negándose a enfrentar ciertos hechos que los obligarían a pronunciarse públicamente. Por ejemplo, la solicitud de autorización para enjuiciamiento penal al Vicepresidente cursada a la Asamblea Nacional, fue seguida de un mensaje del mismo protagonista a la bancada de su movimiento para que acepte tal pedido. Si el bloque está férreamente unido como se ha dicho en reiteradas ocasiones, la oposición difícilmente pudiera conseguir la mayoría necesaria para aceptar el requerimiento y posibilitar la formulación de cargos, lo que tornaría en inexplicable el ruego del Vicepresidente a su propio bloque legislativo.
Pero, aceptando su invocación se evita que los asambleístas muestren una eventual fisura y, al mismo tiempo, promocionan su total armonía. La acusación de traición que sale desde las entrañas de AP hacia Lenín Moreno significa que este gobierna con el enemigo. No sabemos cuántos y quiénes son, pero no tenemos otra lectura posible si son los afiliados y adherentes de su mismo movimiento los que, por obvias razones, han copado los espacios en la administración pública y con ellos, necesariamente, el presidente Moreno tendría que gobernar. Entonces, y como decíamos líneas atrás, entre lealtades compartidas, desafíos abiertos o juegos de trastienda, el país se encuentra en un estado de incertidumbre y a la expectativa. Las cifras de todas las encuestas reflejan apoyo mayoritario a la recién iniciada gestión presidencial, pero el tiempo corre en contra por lo volátiles que son las adhesiones políticas a un gobernante.
Objetivamente y sin pretender realizar una calificación de buenos y malos, este es el escenario político actual. Es indiscutible que el presidente Moreno debe tener la oportunidad de marcar y liderar el rumbo del país, exigiendo y esperando lealtad de los que se supone son de su bando, si no tendría que decirles que les vaya bonito. Es necesario pisar firme, trazar la raya, marcar la cancha y definir los equipos, únicamente así se dará un mensaje explícito que otorgue seguridad en la próxima ruta del país. No olvidemos que un país en incertidumbre es un país inmovilizado.
Coincido en que los instrumentos democráticos con los que se cuenta para desatar entuertos políticos, como el narrado, no son muchos ni sencillos, pero la oportunidad en política es fundamental; y si los vientos favorables no se aprovechan, difícilmente retornan. (O)