Hace un año algo profundamente antidemocrático inició.
A veces, por el afán ideológico de oponernos en los detalles, olvidamos los grandes preceptos. Es un problema de la cotidianidad poco institucionalizada en la que hemos desarrollado nuestra vida política. La cotidianidad de los taurazos, la cotidianidad de los triunviratos, la cotidianidad de los que huyen en helicóptero. Es parte de nuestra cultura política: hacer y deshacer a nuestro antojo. Creer en una democracia que termina en las urnas. Creer en una democracia guiada por los editoriales o por los noticieros de la mañana.
Me extraña oír cómo se movilizaban por la democracia los que ahora son acusados de terrorismo. No creo que sean terroristas, ni que deban ser juzgados como tales; pero tampoco creo que se movilizaban por la democracia. Creo en una sutil mezcla entre ignorancia y miopía idiosincrática. Porque los que ahora pregonan libertad, esa mañana exhortaban a los estudiantes a movilizarse para apoyar el levantamiento policial. Nunca escuché la palabra democracia. Y, además, les proveyeron de buses. Esa es la democracia de los mártires mediatizados.
Hace un año, mi esposa embarazada y mi hijo, en esa época de un año, tuvieron que escapar de los gases lacrimógenos lanzados cerca de un recinto universitario. Tuvieron que ver cómo asaltaban al vehículo de al frente porque los mismos que juraron (y cobraron) servir y proteger estaban echando gases lacrimógenos. Así como otros vieron sus negocios saqueados, sus carros robados, sus casas violadas.
Ese día tuve que ver, con asombro, cómo forzaban la entrada al canal público. Forzaban la entrada para que el país se entere de que hay una cara más del 30-S. Que existe inconformidad en un sector de la ciudadanía que no era tomado en cuenta por la cadena nacional “indefinida e ininterrumpida”. Porque se estaba transmitiendo solo una visión de los hechos. Yo solo entiendo una visión de la institucionalidad. Esa visión, aunque limitada, incluye que un presidente pueda entrar en una institución pública y salir libremente en su misma calidad de presidente. ¿Qué querían? ¿Aprovechar que el Presidente estaba encerrado/secuestrado para que escuche, en democracia, su desconcierto? ¿Qué nos creen? ¿Idiotas?
Ha pasado un año y todavía recuerdo los pronunciamientos ambiguos de los grupos indígenas sobre la defensa del “estado plurinacional” e incluso los grupos sociales, que alguna vez apoyaron la creación de una nueva Constitución para una nueva realidad de Estado, plegar a favor de las viejas prácticas golpistas.
Hace un año algo profundamente antidemocrático inició. Algo profundamente democrático terminó.