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El Telégrafo
Alicia Galárraga

Yo vengo a ofrecer mi corazón

29 de diciembre de 2019

Quiero cerrar este año con un homenaje a todas aquellas mujeres que tuvieron el coraje de compartir y publicar sus historias en este espacio.

¿Por qué recordarlas? Generalmente sus casos están llenos de olvido, enredos, subterfugios y maquinaciones; ¿por parte de quién o quiénes? Increíble y tristemente, por quienes, en teoría, tienen la obligación de defenderlas: los operadores de justicia. 

Estos operadores se capacitan permanentemente en sensibilización en género. También asisten a eventos en otras instituciones para concientizarse sobre el peligro  del avance de la violencia machista; y, haciendo gala de grandes abrazos y compadrazgos, sonríen para las fotografías en compañía de otros doble rasero y doble moral. ¿Quién creyera que detrás de esos pulidos discursos, refinados cócteles y bien decorados salones se esconden los depredadores y sus cómplices? ¡Lágrimas de cocodrilo y maquillistas del abuso, el absurdo y la impunidad!

¿Creen que exagero? Revisemos cifras: por violencia sexual ingresan al sistema judicial nacional 11 denuncias diarias; 7 avanzan a etapa de investigación y apenas una se resuelve.

A pesar de esta realidad que estremece, destroza y desmoraliza, existen profesionales del derecho dispuestos a defender estas causas perdidas y a luchar como David contra Goliat, con la única arma con la que cuentan: sus convicciones y principios. Los argumentos de los operadores de justicia son tan inverosímiles como canallas: “Es muy vieja, es muy joven”, “es muy niña”, “es muy fea”, “tiene problemas mentales”, “¿dónde estaba la mamá?”, “¿por qué no denunció antes”, “se fue con el enamorado, ya volverá embarazada”, “tenía un amante”.

Si es así, ¿por qué escribir sobre ellas, por qué defenderlas ante el sistema de justicia? Porque, como reflexionó Víctor Hugo en Los Miserables: “Es preciso que la sociedad se fije en estas cosas, puesto que ella es su causa”. Porque en el espacio social en que te halles, siempre podrás elegir entre ser ungüento o ser veneno. 

Porque, ¿quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón. (O)

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