Nicaragua tiene una población cercana a los seis millones de habitantes. Su moneda es el córdoba. En su bandera oficial están impregnados los colores azul y blanco. Posee una tradición agrícola y ganadera. Entre su comida criolla aparece el vigorón, el gallo pinto, el quesillo. Managua, su capital, es de ambiente y calidez caribeña. Varias ciudades resaltan: Masaya, León y la colonial Granada. Asimismo, sus lagos reflejan embrujo, como el imponente mirador de Catarina.
En Nicaragua, en el mes de julio pasado, se conmemoraron los 32 años de la revolución popular sandinista y los 50 años de fundación del FSLN, con diversos actos, entre ellos, el II Encuentro Internacional de la Juventud y los Estudiantes de Izquierda de Latinoamérica y el Caribe.
Tal celebración motiva a repensar la necesaria unidad continental, en momentos en donde el imperialismo norteamericano sufre los destellos de la crisis moral y económica como consecuencia de la aplicación de un sistema oprobioso e inequitativo. Basta ejemplificar lo sucedido en la década de los 90 del siglo XX en Nicaragua, en donde se impuso el neoliberalismo generando posteriores secuelas de desempleo, hambruna y descomposición social.
Posteriormente a ello, el FSLN, luego de retomar el poder gubernamental “desde abajo”, por la vía democrática, a partir de 2007 impulsa políticas sociales, como la alfabetización, salud, saneamiento ambiental, titulación de tierras, apoyo a la pequeña y mediana empresa, entre otras, que repercuten positivamente en la esperanza de la gente.
Aquella sombra de represión y sometimiento dictatorial es un penoso recuerdo que se supera con el advenimiento de la dignidad y el bienestar común, para lo cual el Gobierno de la Reconciliación y Unidad Nacional aplica programas en la perspectiva de una justa redistribución de la riqueza, elevando los niveles de vida: espiritual y material.
Nicaragua camina pujante con el legado de Augusto César Sandino y Carlos Fonseca Amador, con el fuego ardiente de su historia, con la solidaridad de las naciones del mundo, con el ideal socialista enarbolado a través de las banderas rojinegras, con la incansable construcción de una sociedad regocijada de valores inmanentes.
La revolución sandinista tiene una premisa elemental: dibujar sonrisas con el pueblo.