Nicaragua es un país de dolores y utopías, de contrastes y esperanza. Una nación situada en el centro de nuestra patria grande, con una historia que habla de guerras e injusticia, pero también de resistencia y dignidad humana. Queda la sombra somocista y, con ello, la muerte y la miseria. Desde luego, queda el hálito de mejores días, en donde las mujeres y los hombres se encauzan por el sendero de la democracia y la libertad.
En Nicaragua se venera el canto azul de Rubén Darío, se convoca al amor, a la paz y a la vida, como una proclama a favor del ser humano, en donde los valores éticos y morales se sobreponen ante la vorágine capitalista. La juventud se erige altiva, alegre y rebelde; abierta a la transformación de las estructuras sociales.
En el escenario político, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) es la vanguardia de la izquierda que coadyuva -como instancia orgánica de discusión militante- para el cambio socioeconómico, a través del liderazgo indiscutible del presidente Daniel Ortega Saavedra. Precisamente, su gobierno insta a la unidad y a la reconciliación nacional, fortaleciendo un proceso revolucionario cuyo contexto es diferente al de la década de los 80 del siglo anterior.
La actual revolución sandinista, de carácter democrático e incluyente, tiene como elementos constitutivos al cristianismo, al socialismo y a la solidaridad. Dicha revolución -como ha dicho el comandante Ortega- le pertenece a las mujeres, a los jóvenes, a los campesinos, a los trabajadores, a los profesionales, al pueblo en su conjunto. El sentido general de la revolución es desterrar la pobreza y generar las condiciones necesarias del progreso colectivo, utilizando para el efecto las armas de la inteligencia, el conocimiento, la tecnología y la conciencia humana.
Atrás quedaron las huellas insurrectas y combativas -a ratos necesarias- que indujeron a la conformación de guerrillas asentadas en el campo y en la urbe. Ahora emerge la radicalización de la participación popular, en espacios generosos y de mutuo respeto. Sin embargo, no se puede obviar a personajes como Tomás Borge Martínez o Edén Pastora Gómez; hombres que apostaron por la liberación nicaragüense. Su ejemplo motiva a la construcción de nuevos derroteros en dinámicas contemporáneas complejas.
En Nicaragua he aprendido una lección pragmática: el revolucionario está en donde el sol aparece.