A propósito de mi artículo sobre el Cambio de la Matriz Cultural me escribió un lector: “La realidad de lo que está pasando es que el ecuatoriano, incluso el de estrato socio económico bajo, se vuelve cada vez más consumista, y mientras hay dolaritos verdes sigue gastando con patrón occidental”. Después de dar algunos ejemplos, reconoce que él mismo no se libra de este comportamiento, “prefiero tener un auto alemán de segunda mano a uno nuevo de ensamblaje nacional. ¿Así que, mi amigo, de qué cambio cultural hablamos?”.
Quizás sin querer queriendo, desea saber en qué etapa se encuentra el país en el proceso de cambio de la matriz cultural, hacia un nuevo tipo de sociedad no consumista. Lo que él describe no es sustentable, y conduce a la desigualdad. La Revolución Ciudadana, que lucha contra la pobreza, está empeñada en construir una sociedad alterna, auténticamente solidaria, soberana, equitativa, no consumista. Pero esto no se construye solo con el cambio de la matriz productiva. Se requiere de una matriz cultural adecuada para que las reformas económicas tengan los resultados esperados.
Estas se adelantan con claridad de estrategia bajo el liderato del Vicepresidente de la República, quien explica reiteradamente los lineamientos generales para el cambio de la estructura económica, que incluyen reformas al Código de la Producción.
Quisiéramos, asimismo, ver desplegado igual celo de parte de los organismos competentes en cuanto al cambio de la matriz cultural. Esta requiere ante todo la deconstrucción de antivalores que, como barreras psicológicas, obstaculizan el desarrollo, muchos de ellos implantados por el neoliberalismo y/o heredados de la Colonia, tales como “la globalización de la indiferencia” en general, el machismo, el racismo y demás prejuicios de clase que perduran contra el pobre, el trabajador, el discapacitado, la mujer, el indígena, el “otro”. Se requieren valores que favorezcan la construcción de una sociedad solidaria. Propuesta a la vez que obvia, tremendamente difícil de llevar a cabo.
Hoy sin embargo, en los avances sorprendentes de la neurociencia y del conocimiento de la estructura y funcionamiento del cerebro encontramos poderosa ayuda para entender los comportamientos individuales y colectivos que obstaculizan el desarrollo democrático. Hay que cambiarlos a base de educación en todos sus ámbitos, persuasión, ejemplo, y con la ayuda de lo que la ciencia y la técnica ofrece para la comunicación de nuevas ideas.
¿Estaremos al filo de un debate sobre si los cambios en la superestructura son consecuencia de los de la infraestructura?