Cuando el mundo vivía, en marzo de 2020, la máxima angustia por la pandemia de Covid 19, la incertidumbre aportaba a la zozobra. Por entonces, no solamente no había un tratamiento eficaz -tampoco lo hay ahora- sino que, así mismo, no había certeza alguna de que se dispondría, a corto plazo, de una vacuna eficaz.
La maravilla de la ciencia permitió que en nueve meses no solamente se disponga de una variedad de vacunas, sino que, desde diciembre de 2020, se inicie un masivo programa mundial de vacunación cuyo éxito, en los países que lo han implementado con suficiencia, ha sido inobjetable.
Hubo pesimistas y agoreros del desastre. Decían que la velocidad del desarrollo de las vacunas, asegurarían su fracaso. El argumento era que, históricamente, los procesos de su desarrollo tomaban lustros o décadas. Obviamente no sabían que la tecnología del principio de la inoculación de fragmentos de ARN mensajero, fundamento de las vacunas de Pfizer y Moderna, fue desarrollada por décadas, por la doctora Katalin Karikó, científica húngara que, por la trascendencia de su trabajo, debería ser considerada por el comité Nobel.
Hubo otros que pronosticaban todo tipo de complicaciones, pero su pesimismo fue rebatido por los resultados. Unos poquísimos casos de trombosis y muerte y otros poquísimos casos de inflamación del corazón. Menos de cincuenta muertes frente a decenas de millones de vidas salvadas y a miles de millones de vacunas aplicadas. Finalmente, otro grupo de fanáticos, alentadores de teorías conspirativas señalaban que, con las vacunas, serían inoculados chips que permitirían conocer toda la información de salud de las personas, con fines de control y ganancia económica. Otro grupo de fanáticos políticos, en cambio, por oponerse al presidente Joe Biden y festejar a Donald Trump se oponen a la vacunación al trivializar la gravedad de la enfermedad o la pandemia o incluso a no reconocerla.
La vacunación está demostrando, en forma categórica e incontrovertible, cómo ha reducido la incidencia de contagio de la enfermedad, la frecuencia de hospitalización y cómo ha disminuido la mortalidad. Así mismo ha mostrado cómo se van disipando los confinamientos y cómo nos vamos asimilando a una vida más “normal”.
La fuerza de la razón, que es la fuerza de la ciencia, derrota a los mitos fantasmagóricos de la pseudociencia y el fanatismo.