Hay un término griego que se usaba para designar a aquellas personas que no se ocupaban de los asuntos públicos sino solo de sus intereses privados: IDIOTAS. Proveniente de la raíz idios que hacía referencia a lo que es de uno mismo, lo que es privado y particular, el idiota se desentendía de la política como la actividad dedicada a establecer las condiciones de producción del bien común.
Y es obvio que la cuestión del bien común es fundamental, incluso para los idiotas que son directamente beneficiarios de la paz, de la armonía, y del orden social. En una democracia, el bien común inicia con el respeto inexpugnable a los derechos de los ciudadanos, pero la democracia depende de la participación política y la integración activa de los ciudadanos en la construcción de ese bien común, es decir, aquello que tiene que ver con la cuestión política.
Que en la actualidad vivamos una situación de solipsismo, anomia y apatía, es un síntoma de la decadencia de un sistema que priorizó lo individual por sobre lo colectivo. Ojo, nadie está sugiriendo que lo contrario sea una alternativa, pues la historia ha demostrado las perversiones de los vicios colectivistas. Pero si somos incapaces de entender que la libertad, la justicia, la equidad, y la prosperidad se sostienen sobre la base de una estructura política que depende de ciudadanos críticos que creen que es posible construir un bien mayor para TODOS, podemos perder lo más preciado, empezando por la civilidad.
La civilidad de hecho es un producto de la política, pues la construcción de lo que es preciado y común, ocurre en el debate, en el diálogo, en el uso de la palabra y la aplicación de la razón. A pesar y a partir de las diferencias y los distintos intereses, podemos y debemos establecer puntos de acuerdo que garanticen nuestra convivencia, y eso se hace hablando es decir, construyendo la política.
Lo otro es la aplicación brutal del poder que se traduce en violencia. No hay nada más alejado de la política que la imposición de un criterio a través de la violencia. Y la violencia implica la ruptura del orden que regula la convivencia, con consecuencias nefastas para los intereses de todos, incluidos los idiotas.