Vivimos en vísperas de ver a China como la primera potencia mundial. Pero eso no significa que haya que salir corriendo a estudiar mandarín. La pronunciación del mandarín es difícil, por los tonos. Por ejemplo, la palabra “ma”, cambiando el tono (normal, ascendente, descendente, descendente-ascendente), puede significar madre, cáñamo, regañar o caballo. No vayamos a decir caballo a una madre.
Pero la pronunciación no es nada para un idioma sin alfabeto, sino con una escritura con 50.000 caracteres diferentes, 10.000 usados en la lengua culta y 3.000 en la corriente. En cambio, donde se habla inglés, nunca se oculta el Sol. En internet, el inglés no tiene rival, aunque le siguen el chino y el español. La supremacía del inglés ya no depende de la primera potencia. Hace 100 años, el inglés ya era la primera lingua franca del mundo y el francés, antes primer idioma diplomático, le pisaba los talones.
El imperio británico lo había extendido por todo el planeta y entre las potencias económicas de habla inglesa estaban Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Australia y Sudáfrica. Después de la II Guerra Mundial, con el ascenso de Estados Unidos al primer puesto, el inglés se convirtió en la lengua franca más difundida de la Historia. El ruso fue un fuerte competidor, hasta la caída de la URSS.
Hoy, además de los mencionados, se han convertido en potencias otros países angloparlantes como Nigeria, Singapur y en especial la India. Este Estado y Pakistán tienen varias lenguas regionales, pero el inglés es la lengua de comunicación, de facto. Es decir, una población superior a China se comunica en inglés, en Asia.
Las ventajas del idioma de Shakespeare son numerosas: usa el alfabeto latino, el más difundido en el mundo; tiene tantas raíces germanas como préstamos romances, siendo un puente entre las lenguas neogermánicas y neolatinas; a diferencia del ruso y del alemán, no tiene declinaciones; su gramática es “regalada”, pero no su pronunciación. Hablaremos la próxima semana. (O)