El 16 de agosto de 1868 –con una magnitud aproximada de 7,27 Mw (según método de Bakun & Wentworth), a una profundidad de 50 km., de duración 1 minuto y de origen tectónico y no volcánico, se produjo el llamado Terremoto de Ibarra, que afectó toda Imbabura, dejando 20.000 muertos y una enseñanza: durante cuatro largos años, 550 ibarreños resistieron el abandono y levantaron su urbe desde las cenizas en 1872.
Sería ingrato no referir que fue la decisión del entonces presidente Gabriel García Moreno quien permitió la reconstrucción de Ibarra. El anterior, un tal Javier Espinosa y Espinosa a quien según se lee le faltaron dotes de gobernante, poco le importó la suerte de las comunidades de la cercana Imbabura, aunque tuvo el acierto de nombrar a García Moreno como su representante en los inicios de la tragedia.
Hay varias lecturas. Una que resulta significativa es sobre el tema de la memoria. Más allá de la descripción de Juan de Velasco que llegó a la urbe colonial en el siglo XVIII y a la que le llamaba la Bella Villa o las pintorescas crónicas del también joven jesuita Mario Cicala, quien advertía de la somnolencia que producía el benéfico clima, está un hecho que poco se discute: el olvido sistemático del motivo de la fundación de Ibarra, en 1606, como puerto de tierra para unir el comercio del eje Bogotá-Popayán-Quito, al parecer un sueño sepultado entre los escombros.
Hay que recordar que –debido a la presión del también centralismo guayaquileño y las pocas miras de sus paisanos ibarreños- el propósito de trazar un eje horizontal entre San Lorenzo-Ibarra-Lago Agrio-Manaos-Belén do Pará (se entiende una ruta fluvial, también) será un largo sueño acaso de siglos. No fue casual que construir la carretera hasta San Lorenzo fue una empresa de 400 años, recién inaugurada en la época del presidente Gustavo Noboa. Y otro punto que hay que insistir, Imbabura, junto con Cañar, aún no tiene carretera a la Amazonía. Al parecer, el sismo no duró solo 1 minuto. (O)
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