Expresiones de la sabiduría popular ilustran bien ciertas situaciones: “El que nada debe, nada teme” y “Cada ladrón juzga según su condición”.
El que políticos correístas, algunos de ellos asambleístas: Gabriela Rivadeneira, Soledad Buendía, Carlos Viteri Gualinga y sus cónyuges se hayan refugiado en la embajada de México, aduciendo persecución política, muestra su complejo de culpa pues la justicia no los requirió.
Sabedores ellos de su sediciosa participación en la agitación y viendo que la caída del gobierno, que ellos alentaban, no se producía, corrieron a la embajada de México. Su complejo de culpa, su deuda moral hizo que buscaran huir a México. Si nada tuvieron que ver con la sedición no debían temer: “El que nada debe, nada teme”.
Por otro lado, el manido recurso de la “persecución política” es utilizado por quienes detentaron el poder, abusaron de él y ahora ya no lo poseen. Habiéndose acostumbrado a la prepotencia, al insulto, ellos sí a la persecución de sus opositores, ahora, perdidas esas canonjías y sin el control absoluto de la justicia, como lo tuvieron, se dicen perseguidos políticos.
Ellos, los persecutores, los del juicio al Diario El Universo, los del juicio a los autores del libro “El Gran Hermano”, los de la persecución a los indígenas y a los “diez de Luluncoto”, ahora se victimizan como perseguidos políticos. Piensan que la justicia actuará como en la época de su mandato, es decir sin independencia, sometida al Poder Ejecutivo. En efecto: “Cada ladrón juzga según su condición”.
La verdad es que, a pesar de la indignación que a muchos nos ha causado el que este grupo de políticos correístas haya huido a México, sin dar la cara, es loable que el gobierno actual, respetuoso del Derecho Internacional les haya facilitado el exilio voluntario en México, país que se está llenando de vergüenza al asilar a personajes indeseables, con deudas ante la justicia ecuatoriana, como Ricardo Patiño y Carlos Ochoa.
López Obrador socapa a sus amigos del corrupto populismo de izquierda. (O)