El quehacer en lo público y lo privado va dejando huellas, unas más perennes e importantes que otras, en todos los casos genera infinidad de documentos y otros registros, una especie de contenedores de la experiencia.
Esas huellas encarnan la memoria de una expresión vital de la sociedad, que puede ser personal, colectiva, institucional u otra. Tales vestigios pueden borrarse, degenerarse y destruirse, pero algunos deben ser preservados, por ejemplo, los que con su acumulación van escribiendo tal vez la más fidedigna historia de la evolución social.
Me refiero a la importancia de los archivos, soportes de diverso tipo, especialmente de papel, cuya riqueza radica en ser reflejo y registro de la experiencia humana, de las decisiones idóneas o equívocas que a lo largo del tiempo se adoptan para transformar la realidad.
No cabe dudar de la importancia de ciertos archivos como los del Estado y sus dependencias, gobiernos locales, universidades, instituciones de salud. Así como es trascendente el archivo personal para dar cuenta a entidades de control como el servicio de impuestos, lo es para la sociedad lo atinente a políticas públicas, desarrollo de las ciudades, educación superior, tratamiento de las enfermedades, entre otros campos, cada uno determinado según las circunstancias de cada época.
Entre el 10 y 12 del presente mes la Universidad Andina Simón Bolívar desarrollará el I Coloquio Internacional de Archivos, Universidades e Investigación. Se reflexionará sobre la archivística como ciencia interdisciplinaria y su valor práctico para la investigación y la gestión.
Preservar la información de los archivos más valiosos es tarea permanente, para ello requerimos políticas, normativa, recursos y planes. Como en otros ámbitos, en este se debe revisar otras prácticas exitosas, aquilatar la importancia de la memoria social encarnada en el acervo documental, una historia riquísima, útil para impulsar el adelanto de la sociedad. (O)