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El Telégrafo

Hoy no hay dictaduras

12 de agosto de 2011

Salvo algún caso como el del Gobierno hondureño,  no puede hablarse hoy en Latinoamérica de “dictadura”. No la hay, afortunadamente, por ninguna parte.

El capitalismo decidió volverse democrático, pues su apoyo a dictaduras le costó muy caro en pérdida de prestigio. El libre mercado no salió indemne de haberse mezclado con Pinochet o con Videla.

En las dictaduras hay cientos de encarcelados, miles de asesinados, en los últimos casos sudamericanos hubo torturas y desapariciones forzadas de a miles. Es irresponsable y grosero llamar “dictaduras” a los gobiernos democráticos de la región, por el solo hecho de que no nos gusten o sean de un color diferente al propio. Sin embargo, hoy no pocos opositores a los gobiernos de Bolivia, de Argentina o de Ecuador pretenden tildar a estos de “dictadura”.

Así suponen que es poco democrático, por ejemplo, que un gobierno que ostenta la mayoría de representatividad imponga sus puntos de vista. Vaya a saber en qué manual “democrático” se ha visto que la mayoría tenga que hacer las políticas que quiere la minoría; si lo hiciera, dejaría de cumplir con el mandato electoral que se le asignó. Si una agrupación política tiene más del 50% de los votos, tiene derecho a -por las vías institucionales y legales pertinentes- desarrollar sus propuestas y proyectos. Si las oposiciones minoritarias no están de acuerdo, deberán buscar más votos en las urnas, y constituir -cada una, no como una forzada mezcla de agrupaciones diferentes- una capacidad electoral superior a la mayoría actual.

Vemos en nuestros países que pequeñas agrupaciones van a manifestar, y ostentan abiertamente su actitud golpista: “que se vayan”, lanzan para lograr eco mediático, sin advertir que eso es pretender destituir a las autoridades legítimamente constituidas. El “que se vayan” no es más que un grito antidemocrático de impotencia por parte de quienes no son capaces de obtener la victoria en las urnas y sueñan con la destitución por cualquier vía, contrariando el más elemental respeto por la voluntad popular.

Y llamar “dictaduras” a gobiernos largamente ratificados en las urnas, confronta en lo más elemental a las razones. Se ve que quienes hablan tan livianamente de dictadura jamás fueron perseguidos por alguna (ni por los gobiernos actuales, por supuesto); cuando una dictadura es tal no se puede reclamar en público ni los reclamos salen en los diarios, ni hay seguridad de escapar a la represión, cuando no a la muerte.

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