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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Horror al infinito

31 de agosto de 2017

Hay nociones que hemos naturalizado y aplicamos mecánicamente, sin mayor conciencia de que son  parte de programas mentales propios de una cultura; ese es el caso de los números. ¿Podemos acaso vivir sin los números? ¿Alguna vez una sociedad pudo vivir sin números? Al menos sabemos que muchas sociedades fueron capaces de valorar cuantitativamente sus reservas aunque no exactamente usando nuestros números. Por ejemplo, los incas usaban una especie de memorizadores llamados quipus, probablemente con fines de registro administrativo.

En nuestra vida moderna, los números del 1 al 10 son nuestro instrumento favorito y al mismo tiempo nuestro tormento. Toda nuestra fuerza de trabajo equivale a un número. También nuestro nombre legal contenido en una cédula de identidad, es un rosario de signos matemáticos de tal forma que esa referencia numérica vale más como seña de identidad, que nuestro propio rostro, huella digital o nombre escrito con letras del alfabeto.

Los profesores valoramos el conocimiento, que no es sino percepción humana convencionalmente sistematizada, usando números. De esa manera, los estudiantes valen entre 1 y 10 y del número que alcancen dependen sus opciones de vida. Los bancos planetarios registran en números el capital que creen que tienen y que en realidad no existe, puesto que no es sino una traducción matemática de todo el trabajo del mundo acumulado desde hace unos 500 años. Mejor dicho, estamos en una ensalada de números, lo cual, llevado al nivel de representación, parecería más una borrachera dionisiaca, causada por el exceso de un licor cuantitativo.

Humberto Eco, el gran semiólogo y estudioso de las ideas, afirma que la preponderancia de los números como programa de interpretación de la realidad fue inventada por los griegos, para vencer su horror al infinito, una vez que concluyeron que el principio de todo estaba en el agua y en el aire, dos elementos sin forma. O sea, interpretando a Eco podríamos decir que 2.500 años después estamos sometidos a las matrices lineales y a los números, como resultado del miedo humano. Al parecer, los griegos antiguos no soportaban la idea de una realidad sin forma ni límite. Pitágoras (siglo VI-V a.C.) es el ideólogo de las matemáticas como instrumento para la inteligibilidad del mundo. Buscó crear una razón numérica para reducir el mundo, limitarlo y ordenarlo artificialmente de manera armónica y estética.

Jugando a sana ironía combinada con salsita alegre y picante, podríamos decir que el desacuerdo numérico matemático relacionado con la deuda externa ecuatoriana es culpa de los antiguos griegos, entre ellos Filolao, quien se inventó la idea de que sin el número no sería posible conocer o pensar nada. Con respeto para mis amados y admirados griegos de los cuales tengo parte, parece que Filolao era otro de los que sufrían de insomnio cuando miraba al cosmos sin alcanzar a ver ni regla ni números. A falta de psiquiatras los occidentales redujeron el mundo primero a 10 y durante el medioevo, a 1, hasta que llegaron los modernos y armaron el relajo creando nuevos enfoques contables, por lo cual actualmente es imposible calcular de manera convencional una deuda externa.

1 + 1 = 2. ¿Quién puede dudar de aquella razón matemática? De lo que sí dudan los occidentales todo el tiempo es del lenguaje idiomático que, inmatemático, anda siempre creando en Latinoamérica poesía, utopías cosmogónicas, parranderas e infinitas. (O)

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