El ministro de Salud de Alemania, Jens Spahn, envió una señal clara e importante cuando declaró que “la homosexualidad no es una enfermedad y, por lo tanto, no hay razón para tratarla con terapia alguna”.
Con esto, Spahn concretó sus planes para prohibir las llamadas “terapias de conversión” en Alemania, cuyo objetivo declarado es transformar a los homosexuales en heterosexuales. Según el ministro, cualquier persona que sea descubierta ofreciendo tales “tratamientos” enfrentará hasta un año de prisión o altas multas.
El paso de Spahn es correcto por muchas razones. Dentro de Alemania, pone al descubierto una práctica de la que muchos alemanes probablemente ni siquiera han oído hablar. Cada año, miles de adolescentes y adultos son sometidos a “terapias de conversión” con el propósito de cambiar su identidad sexual.
Más allá del desprecio por el ser humano que subyace a tal enfoque, no hay evidencia de que este tipo de medidas puedan alterar permanentemente la orientación sexual de una persona. Sin embargo, lo que sí se sabe es que tales terapias pueden causar depresión, trastornos de ansiedad y aumentar significativamente las posibilidades de que una persona se suicide.
Además, incluso en Estados pertenecientes a la Unión Europea (UE), como es el caso de Polonia, la discriminación contra gais y lesbianas ha vuelto a aumentar significativamente. En los Balcanes, el miedo a la violencia y la discriminación es parte de la vida cotidiana de las personas LGBTI.
En Rusia, la homosexualidad es criminalizada como una forma de “relación sexual no tradicional” y los gais y lesbianas que se niegan a ocultar su orientación sexual corren el riesgo de recibir fuertes multas o, incluso, ir a prisión.
En alrededor de un tercio del globo, la homosexualidad es considerada como un delito. Y la medida de Jens Spahn muestra que el Gobierno alemán toma una posición clara sobre este tema y merece reconocimiento. (O)
* Tomado de la DW