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El Telégrafo
Ramiro Díez

Milagros del poder infinito

24 de diciembre de 2015

Tengo un amigo taiwanés y me encontré con él, de pura casualidad, en alguna playa. A los pocos minutos se nos unió un turista español que quería saber algo más de nosotros y de nuestros países. Comentamos la cerveza y la sopa de pescado que servían en alguna parte. Y el español terminó hablando de fútbol, política y mujeres. Éramos tres nacionalidades distintas y un solo hombre verdadero.

Cuando el español se despojó de la camiseta, mi amigo taiwanés se sorprendió del tatuaje que tenía en el hombro izquierdo. Lo miró una y otra vez sorprendido, sin decir palabra. Eran unos lindos ideogramas chinos. Sin dejarlo decir palabra, el español soltó la perorata sobre el origen de aquellos signos que me resultaban indescifrables. Una historia increíble.

“¡Que te lo digo yo, joder! Que este es un mantra, una oración mágica que te protege. Que a mí me ha dado resultado. Me lo grabé por pura moda, una noche en un antro de Rio de Janeiro. El tío que me hizo el tatuaje no aparentaba nada especial. No me costó mucho, pero nadie imagina lo que vale. Prefiero que me corten la cabeza, que me cuelguen de las patas y me despellejen, pero no me dejo borrar este tatuaje, que tiene poderes mágicos.”

Mi amigo taiwanés lo miraba lleno de asombro, abriendo un poco los ojos. Y el español nos siguió contando los milagros sucedidos gracias a aquel tatuaje que, según él, significaba “Poder Infinito”. Un día, haciendo surfing, un tiburón se alejó sin hacerle daño. Después, en un callejón perdido, mientras fumaba marihuana, tres tipos decidieron asaltar a otro que caminaba a veinte pasos de distancia. Luego, un auto le pasó rozando, y se estrelló contra un poste. Y así, sin respirar, narró un prodigio tras otro.

Con cada milagro, el español tatuado, iba levantando la voz, moviendo las manos en el aire, como esos predicadores delirantes que se encuentran en tantas partes. Mi amigo taiwanés respondía abriendo cada vez más los ojos y esbozando una sonrisa de infinita bondad y le pidió el favor de tomar fotos a su rostro y su tatuaje. El español, orgulloso, ofreció a la cámara todos los ángulos posibles. Tras otros diez minutos del monólogo de las milagrerías, el español se despidió de nosotros. Entonces mi amigo taiwanés, con los ojos muy abiertos, me explicó lo que decían aquellos signos chinos: “Pollo frito.”

En algún lugar del mundo, el poder infinito de “Pollo frito” sigue ayudando al español. Por lo pronto, creo más en las virtudes de una buena sopa de verduras.

En ajedrez la única fórmula es la razón.

                                                                                         1. D3D, amenazante mate, y al negro no lo salva ni Pollo frito.

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