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El Telégrafo

Historia mal contada

26 de abril de 2011

Conserva la amenidad de un conversador ilustrado. No hay repeticiones ni frases manidas y su voz tiene esa sensación de estar ante un grande. Mario Vargas Llosa agitó el mundo intelectual argentino porque es un provocador nato. No importa que haya perdido cierta coherencia.

El autor de Conversación en la catedral (cuando combatir a una dictadura, Odría, era razón fundamental de su existencia, militancia comunista incluida, breve) ha ido cambiando tanto. Dice él que La guerra del fin del mundo marca el fin de sus viejos compromisos, hasta llegar a ese discurso liberal que es un verdadero galimatías, una trampa urdida con el encanto de la palabra fácil y los gestos del autor de Pantaleón y las visitadoras.

Vargas Llosa dice que denuncia a cualquier déspota que viole los derechos de las personas, sea de izquierda o de derecha, que es ahora su compromiso mayor. Que eso es ser liberal y él es a rajatabla. Que él ha viajado mucho, el periodismo siempre lo atrajo, lo ejerció, lo ejerce y ha podido constatar la enorme brutalidad humana.

Él debería reconocer -y ahí radica, desde mi pequeña visión, su enorme incoherencia- que el liberalismo de hoy tiene que ver con la economía y no con el nacido en las luchas contra las monarquías.

Este liberalismo, del que Vargas Llosa no se hace cargo, ha condenado a la miseria a las grandes mayorías. Ir a Argentina (tierra de sufrimientos por culpa del liberalismo económico, donde la dictadura era el único camino para imponerlo), demanda una dosis de cinismo.

Fueron hasta los noventa necesarias las dictaduras para desmantelar al Estado, para hablar de las libertades que consolidaban a los poderosos y condenaban a los pobres. Hoy ese espacio ocupan otras fuerzas y mensajes. Los medios juegan un rol destacado en el intento de detener las reformas, no solo acá, en otros contextos, en la misma Argentina.

Vargas Llosa se mueve con buenas compañías, Macri, asesorado por el ecuatoriano Durán, fue su principal anfitrión. Macri es un político anacrónico, racista y xenófobo, ¡cómo se expresa de sus vecinos, especialmente de los bolivianos! No sé si a la hora del té, o del buen vino, eso importe a Vargas Llosa.

La novela El sueño del celta, la dramática y trágica historia del irlandés Roger Casement, no me resultó de fácil digestión, pero no quiere decir que ahí haya muerto Vargas Llosa. Todo lo que produzca en mentiras bien contadas, la literatura, me despierta cierto interés; sus relatos de la historia son otra cosa, porque sus compromisos lo delatan.

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