Yo vengo de una melena indomable. Vengo de un caminar indócil que no se disculpa por ser de paso altivo. Crecí viendo esa melena agitarse como la de una leona. Vengo de una mujer que viene, a la vez, de una estirpe de sobrevivientes, de trabajadoras y de mujeres que han dado todas las luchas, porque les tocaron todas.
Venimos de mi abuela, una telefonista de IETEL curtida por la vida que crió seis hijos a pulso, hijos que criaban a sus hermanos, como mi mamá, que a los seis cuidaba a mi tío de cuatro. Mi abuela venía, a su vez, de su madre muerta cuando era una niña pequeña. Yo vengo de una mujer de valiosas e intensas revueltas interiores, que sacó tanta fuerza de ellas que le alcanzó para nosotras, sus tres hijas.
Mi mamá no tenía elaborado el feminismo en su discurso mientras crecíamos, no era de izquierdas. Criaba a tres hijas y mi papá tenía hasta tres trabajos. Pero de cuánta amorosa rebeldía nos contagiaban en esa cotidianidad y no lo sabían. De ese ímpetu que ella tiene y de su sentido siempre vivo de la indignación -a veces demasiado vivo- venimos nosotras, indignadas.
Vengo de la memoria y de la voz de mi mamá, que nos ha contado la historia de nuestras ancestras, sus violencias y sus valentías sin rodeos, con la sabiduría de quien nos trae un don cuando nos trae el pasado. Dicen que ellas, las anónimas, no están en los libros de Historia. Tengo la certeza de que se hallan entrelíneas, como guías espectrales de nuestros torbellinos. Las anónimas están vivas en la fisura de cada acontecimiento. Mi mamá está presente allí en donde una mujer ha desobedecido, en esos libros vivos, como los que lee vorazmente para reconocerse.
Mi mamá cumple años y este es mi regalo. Por enseñarnos a reír de las cosas más terribles y hacer de la risa una bella y ruidosa forma de la desobediencia. Por haber aprendido a abrazar nuestras revueltas interiores aunque costara y por celebrarlas con nosotras hoy. Por seguir agitando su cabellera indomable con un brillo que ilumina. (O)