Ahora mismo, la posibilidad de que regímenes fueran derrumbados por protestas inspiradas y lideradas por mujeres, ya no es remota. Las protestas en Irán desde la muerte de la joven, Mahsa Amini —acusada de violar la ley de Irán sobre el uso del hiyab, arrestada por la policía de la moral y que fue golpeada hasta dejarla en coma mientras estaba detenida— son las más serias desde la Revolución Verde del 2009.
Putin tiene también motivos para preocuparse. El Comité de Madres de Soldados de Rusia, dirigido en su momento por María Kirbasova, ayudó a poner fin a la primera guerra de Rusia en Chechenia a principios de 1990. Ahora, por cada uno de los 300.000 jóvenes que Putin pretende convertir en carne de cañón en su guerra con Ucrania, hay incontables madres, esposas, hermanas, hijas y novias que, de hecho, también han sido movilizadas. Al parecer, ahora es el momento de una Revolución de las Mujeres en Irán y de una Paz de las Mujeres en Rusia. Las oportunidades son propicias.
Las mujeres hemos luchado por nuestra igualdad y libertad, al mismo tiempo, al entender que nuestros derechos y emancipación van de la mano. Las revolucionarias o feministas no desistieron de sus reclamos e insistieron en su propósito de hacer extensivos los beneficios de la gran revolución de 1789 a las mujeres de Francia.
En el otro continente, la recuperación de los reclamos de las norteamericanas, en su mayoría de clase media, vinode la mano del renacimiento religioso que siguió a la Revolución de Independencia. El nuevo evangelio de regeneración moral y reforma social que abrazaron los ministros religiosos de las iglesias hizo que el protestantismo en Estados Unidos se adaptara a las condiciones cambiantes de la vida social y, con él, las mujeres vieron una oportunidad propicia para hablar en público y exigir, con base al culto a la verdadera femineidad y a la piedad femenina, sus derechos a la propiedad, a la igualdad y la libertad.
Fue el advenimiento de la Revolución Industrial que sustituyó la unidad productiva doméstica por la factoría y la empresa industrial en gran escala, lo que permitió a las feministas solteras de la clase media la movilización necesaria para conseguir su admisión en la vida profesional. De tal manera que la revolución feminista a partir de la Revolución Industrial centrará su lucha en la admisión en las universidades, en la vida profesional. Luego vendrá la lucha por la adquisición del voto.
Las feministas norteamericanas reivindicaron su derecho a la igualdad en el ingreso a las Universidades y a la vida profesional, mientras denunciaban la dependencia económica de la mujer y la resultante explotación.
Ellas concretaron su manifiesto en la Declaración de Sentimientos de 1848, también conocida como la Declaración de Seneca Falls (Nueva York), que adaptaba el lenguaje y la declaración de Independencia Norteamericana a la cuestión femenina: (...) Afirmamos que estas verdades son evidentes (...) que todos los hombres y mujeres son creados iguales.
Quien investigue sobre la lucha revolucionaria feminista es probable que tienda a afirmar qué, la revolución feminista es una insurrección necesaria, atípica, total, permanente, progresiva y autónoma, cuyo triunfo daría como resultado una nueva sociedad porque responde a un mandamiento ético, un imperativo moral y porque tiene que ver con toda la raza humana. Esta no se limita, como otras revoluciones, a la rotura de un cerco constitucional, ni a la quiebra de la continuidad con relación al ejercicio del poder constituyente, lo que pondría en duda, desde el punto de vista de la filosofía política tradicional y constitucional de si dicha revolución es auténtica.
Los reclamos de las revolucionarias feministas no se han agotado en un solo reclamo ni en una única oportunidad y la estrategia de lucha ha sido, según la resistencia del patriarcado y de las situaciones políticas que han atravesado los distintos países, a ratos radical y a ratos moderada.
A pesar de que siempre hemos protestado, de una u otra manera, contra la opresión a la qué- durante siglos- hemos estado sometidas, no es sino a partir del siglo XIX, cuando comenzamos a unirnos en organizaciones y a echar adelante el carro de nuestra revolución.
En los inicios creímos que al unir nuestras demandas a los de otros grupos que se decían revolucionarios que lideraban en los distintos países, lograríamos hacer realidad nuestra aspiración, que no era otra que romper las terribles cadenas que nos sujetaban a la figura masculina: padre, marido o estado.
La experiencia demuestra que cuando las feministas unen esfuerzos, especialmente con los partidos políticos- de derecha o de izquierda- pensando lograr sus objetivos, han salido debilitadas. El reto está en no perder la autonomía revolucionaria para afianzar las posibilidades del logro de la utopía.