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El Telégrafo
Alfonso Monsalve Ramírez

Herencias de los primeros cien años de socialismo marxista leninista

10 de noviembre de 2017

¿Qué nos dejó la fracasada Revolución rusa? En primer lugar, un valioso paquete de errores de los que casi siempre se aprende más que de los aciertos. El error nos obliga a reexaminar los hechos y a revisar el análisis. En segundo lugar, algunos  aciertos que, por deslumbrantes, pueden llevarnos a pavonearnos por triunfos inmediatos que, más tarde, mostrarán las equivocaciones reales cometidas bajo el resplandor de la victoria.

El estatismo leninista, inyectado en la herencia recibida por los jóvenes hegelianos de izquierda que fueron Marx y Engels, está en la raíz misma del pasmoso derrumbe sucedido setenta años después de que Lenin proclamó triunfalmente al Estado proletario. Lo que se impuso fue la visión minoritaria del partido bolchevique (nominalmente mayoritario) sobre las demás tendencias socialistas que actuaron en esos días y noches henchidas de fervor revolucionario de noviembre de 1917.

¿Hubiera podido ser de otra manera? ¿Tenían que revelar las contundentes argumentaciones de Lenin sus desviaciones inherentes internas? ¿Debe acaso darse primero el fracaso para alcanzar la visión correcta de un proceso tan vivo y tan rico y, por tanto, tan oscilante y desconcertante como fue aquella Revolución (y como es toda revolución real), diez días que según John Reed transformaron el mundo? Naturalmente no. Se requiere derrotar primero a las obsoletas fuerzas del pasado. Solo la posterior práctica de la realidad puede sacar a la luz los errores que oculta el proceso triunfante. Y solo una visión más amplia del futuro los detectará anticipadamente, como ocurrió al mismo Lenin cuando ordenó, en un primer viraje de su estatismo, la marcha atrás parcial de la Nueva Política Económica, en 1922. Algo tarde, debido a los azares de la historia: los dos balazos que le disparó Fanya Kaplan y, una vez acaecida su muerte prematura, la otra visión, la encajonada, la de miope alcance de Stalin.

Una revolución histórica no es un fino juego de bridge ni una fiesta de vistosas danzas. Es un sacudimiento total de la sociedad para arrojar los estorbos interpuestos por el pasado, a la vez que intenta crear un nuevo orden que permita la eclosión de iniciativas y ensayos renovadores.

Y es un proceso mucho más largo que los deseos humanos de renovación. Cien años hacia atrás, para sacar todas las enseñanzas de la historia. Cien años hacia adelante para alcanzar la visión del nuevo panorama histórico.

¿Quiénes perfilan hoy esa visión? Los trabajadores asalariados de los países más desarrollados del capitalismo. Sin expropiaciones ni confiscaciones depredadoras, ellos están creando y desarrollando sus propias empresas, el nuevo aparato productivo que sustituirá al capitalista, embrollado en sus crisis, cada vez más devastadoras, y en la insoportable concentración de la riqueza que pasma hasta a los más enterados de la realidad económica mundial.

Cien años más. Y el futuro será el presente, porque ya comenzó. (O)

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