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El Telégrafo
Xavier Guerrero Pérez

Hechos curiosos

09 de agosto de 2022

Es posible que usted, estimada lectora o lector, ante un hecho o una situación que haya tenido la oportunidad de ser parte, sea directamente o sea como testigo; su reacción haya sido: “impresionante (en el sentido de inesperado o escandaloso desde la lógica)”; “incomprensible”; “contradictorio”; “incongruente”; “flaco favor le hace a…”; entre otras expresiones (aunque jamás, quiero pensar, similar o igual a la de aquel ciudadano que profirió insulto a la progenitora de su entrevistado, y buscó, en el momento, suavizarlo aseverando que es una expresión). En fin, en esta oportunidad pretendo plantear tres hechos, dos de los cuales son bastante curiosos, y un tercero, que aunque es curioso, tiene trascendencia al arrastrarnos a todos, especialmente a quienes creen que todo puede verse bajo la lupa del dinero, sean empleados directivos o empresarios, aquellas hermanas o hermanos que miran “por debajo de sus hombros” a los demás, y aquellas hermanas o hermanos que estiman que su condición en un determinado espacio de poder les vuelve superiores a quienes no la tienen.

Hecho número 1: Mientras degustaba de un yogurt y pan de yuca (Debo confesar que amo hacerlo) tuve la oportunidad de ser testigo de una comunidad religiosa conformada por sacerdotes de la Iglesia Católica, saliendo de donde residen para acudir a otro lugar a (como dicen algunos) ‘decir Misa’. Ellos (cerca de 4) estaban en la vereda esperando. Mientras esperaba y yo hacía lo mío, pensé: “es posible que hayan solicitado taxi de alguna cooperativa, están esperando a algún otro sacerdote o ayudante para irse”. Cerca de 10 minutos transcurrieron cuando arribó una de las personas que ayudan en la Iglesia donde ellos pertenecen manejando una camioneta 4x4, nueva, flamante, con aire acondicionado, y ellos se subieron y se fueron del lugar. Usted se preguntará: ¿Y qué tiene de malo? Bueno, resulta ser que uno de los sacerdotes allí presentes, conforme me comentan varios adultos mayores con los cuales converso al salir de esa Iglesia cada domingo, y les creo: en cada prédica que puede él se queja de que la están pasando mal, de que hay obras que necesitan de ayuda de los demás, de que hay que ser generosos en la ofrenda… y hasta organiza rifas o bingos para esos propósitos. Pero eso no es todo. Lo que más llama la atención es que tal comunidad religiosa promociona la pobreza y el desprendimiento, el reconocimiento de que lo más importante es la humildad y la sencillez, y el sacrificio y la mortificación. ¡Un hecho muy curioso! Tan solo pregunto: ¿Se justifica adquirir un vehículo 4x4, nuevo, conforme la actual situación del país, donde parece ser que cada día una buena parte de los productos (sean alimentos o artículos para la subsistencia) incrementan de precio; centavitos, diría una amiga monja de la Sierra, pero subida es subida?; ¿La prioridad es el vehículo frente a las obras que aquel sacerdote (y, sin duda, los demás miembros de la referida congregación) socializa y estimula a la colaboración?; Si lo más importante para un sacerdote es el imitar a Cristo, ¿Cabría que la adquisición hubiere sido un vehículo más modesto y menos costoso? De nuevo: ¡Un hecho muy curioso! Pero, con mayor frontalidad: una incongruencia.

Hecho número 2: el país tiene un nuevo Ministro de Economía y Finanzas. En lo que a mí respecta, quien asume ese cargo o tiende a creer o le disponen que actúe así, que su cargo es Ministerio de Finanzas, y escasamente de Economía. Vamos al punto. Entre las primeras declaraciones del funcionario, en específico para hablar de su plan de trabajo, esgrimió que se centra en “Asegurar el gasto social”. Me llamó mucho la atención. La razón estuvo dada por el criterio que él tiene sobre el rol del Estado frente a la atención a quienes se debe: la ciudadanía. Puntualicemos: él puede tener el criterio que desee. Es legítimo. Otra cosa es que lo comparta. Y sí, no lo comparto. Ya el hecho mismo de adjetivar la atención del aparato estatal a través de la administración gubernamental (el mandatario) a las y los gobernados (las y los mandantes) como un gasto, me genera un sabor amargo. Seamos simples: si usted, estimada lectora o lector, cuando su cónyuge le solicita comprar un puntual artículo, y usted sabe que tal vez su pareja lo necesite pero que, en general, poco provecho obtendrá, o usted no lo disfrutará, lo primero que dice es: ‘es un gasto’. Extrapolando a nivel país, reconociendo que es posible que desde el fondo sea imposible analogizar, en la forma tiene sus semejanzas. Ahora bien, yo desconozco si el funcionario Arosemena tiene esa concepción, u otra persona en su equipo de trabajo o en el propio Ejecutivo la tenga. No obstante, el no calificar al trabajo que el Gobierno debe realizar para con el ámbito de la salud, la educación, el entorno microeconómico, entre otros, como una inversión, me lleva a pensar que la realidad lamentablemente no la conocen. Y, como diría mi profesor de economía en la Universidad: si ignoras la realidad y no te ayudas rodeándote de personas que sí la conozcan, estás perdido. Una vez más: ¡Un hecho muy curioso! Lo que me inquieta es que nadie, hasta ahora, le haya dicho: oiga, usted, no diga eso (de que la mirada y trabajo en pro de ‘lo social’ es un gasto), porque la inyección de recursos en áreas económico-sociales es, teórica y empíricamente, una inversión (en la mente de quienes han liderado procesos de transición del subdesarrollo al desarrollo sostenible). Si me piden ser franco: estimo que la ideología del funcionario va a pesar más que lo que se debe hacer en la lógica de una economía social de mercado, cuyo corazón sea el ser humano.

Hecho número 3: por mis actividades como estratega político en formación, disfruté (sí, lo hice) ver una y otra vez una cápsula de video de las declaraciones del presidente de El Salvador Nayib Bukele, las cuales me permito transcribir: “(…) un llamado a los buenos empresarios a que nos ayuden; y un llamado a los malos empresarios a que no se atrevan a subir precios, por acaparamientos o por querer sacarle provecho a la crisis de nuestro pueblo porque vamos a cerrar sus negocios y les vamos de decomisar la mercadería con las que querían estafar a la gente. Y también algunos empresarios que están preocupados porque van a ser un 10, o un 15 o un 20 por ciento (20%) menos ricos. Miren, créanme: ustedes tienen dinero para vivir 10 vidas, 20 vidas; es decir, no van a vivir suficiente para acabárselo. Entonces, no estén pensando en que: “Ay, voy a perder 20 por ciento (20%) de mi capital”. Sí, va a perder 20 por ciento (20%) de su capital. Dele gracias a Dios que el otro 80 por ciento (80%) lo conserva. Hay gente que no tiene que comer hoy en la noche”. ¡Un hecho muy curioso! Definitivamente. Escuchar a un líder de una nación expresarse de esa manera (y, desde luego, a actuar en consecuencia, porque ya tenemos bastante con lo del principio honorífico de la palabra bastante pisoteado) brinda aires para reflexionar, para enmendar, para modificar la conducta en ese sentido. ¿Cuántas hermanas y cuántos hermanos hay en nuestros pueblos que están perdidamente enamorados del ‘billo caracas boy’ (dinero)? Cuantitativamente hablando, es un puñado, pequeño, pero que en sus manos han tenido y tienen la posibilidad de hacer milagros. Sí: brindando mayores oportunidades, sea de empleo (digno, con salario que produzca dignidad, y que proyecte estabilidad y crecimiento vertical), o sea de apoyo financiero. Pero, no lo hacen. El motivo, diría un juez anglosajón: ‘no les da la real gana’, en algunos casos, y, en otros, el egoísmo y el perverso fin de que “es que si lo hago, no vaya a ser que se supere y me rebase”. ¿Cuántas y cuántos pierden el juicio cuando ven que sus ganancias en un cierto periodo caen uno o dos puntos porcentuales? Decir que hasta el sueño (y la pareja) prefieren perder, pero no un bendito centavo. ¡Les duele en el alma! Ah, pero el sostener una tertulia con ellas y con ellos sobre extender la mano a quienes la están pasando mal, el reducir las ganancias en aras de pensar en inversión en el talento humano para que profesionalmente crezcan y no se queden “para siempre” en el mismo puesto, el hacerles conocer la doctrina social de la Iglesia, el analizar la posibilidad de brindar aliento y, por qué no, parte de lo que tengo con quien ha sido fiel (clientes externos) o me ha ayudado a generar riqueza (clientes internos, o colaboradores)… el hablar de ese modo para aquellas hermanas y hermanos es casi un pecado grave. En suma, que diferente sería el mundo si nuestra clase política, empresarial, y religiosa (también, en especial a ciertos obispos que ya no huelen a oveja, sí, más bien a banquetes y a eventos de alto nivel, donde su pueblo ha quedado segregado) pensara de esta manera: hoy pierdo, con gusto porque la mayor parte me queda; me alegro que lo que “pierdo” le sea útil a quien más difícilmente se le ha hecho alcanzar sus sueños, y hasta haré lo imposible (lo posible ya está hecho) para que lo que tengo (que no lo voy a poder disfrutar ni así viva 200 años) pueda también, al compartirlo, hacer felices a quienes pueda percibir que necesitan tanto del contingente material (que perece, y que los gusanos se lo comerán) pero sobre todo de mi ser (y de mi calor humano, que deviene del alma, la cual no perece).

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