El pasado sábado se conmemoró el Día Internacional de la Lucha contra el Uso Indebido y el Tráfico Ilícito de Drogas; día elegido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, aquel 7 de diciembre de 1987. La idea fue el aunar esfuerzos para que la sociedad se vea libre del consumo.
Este año, bastante “loco” por las implicaciones del nuevo coronavirus, las Naciones Unidas buscó ajustar su estrategia para la batalla contra las drogas a través del uso de dos tácticas: el bombardeo de la mayor información posible sobre las drogas (riesgos para la salud), y el “tocar puertas” a la ciencia como aliada para el abordaje (mecanismos de atención, cuidado y el partir por la prevención).
No me detendré en destacar aspectos ni técnicos ni médicos, por el absoluto respeto que guardo a quienes practican la noble profesión de la medicina, la psicología y la psiquiatría. Sí en comentar, desde mi posición ciudadana y desde la fe, lo que palpo en quienes están “pasándola mal”. Sí, pasándola mal. Al inicio podría vivir todo “bien chévere”; pero, pasa el efecto y paradójicamente me encuentro peor que antes.
¿Qué ha dicho el Papa Francisco sobre las drogas y las adicciones? Muchas cosas, ciertamente. Recuerdo que el 01 de diciembre de 2018 aseveró, palabras más, palabras menos: “las drogas causan una herida a la sociedad, y, como la red que utilizan los pescadores, capturan a personas, quedando presas, perdiendo su libertad, pasando a ser esclavos… las causas tienen raíces sociales colectivas (por ejemplo, el extremo consumo) como individuales (la falta de instrucción de principios y valores, dado por una ruptura del lazo familiar donde la comunicación y la atención casi es inexistente)”.
¿Qué ha dicho la Sociedad? Salvo excepciones (básicamente técnicas médicas), muy poco, y si se ha expresado, ha sido “en voz baja”. Señoras y señores, quienes están inmersos en esta situación la están pasando mal. Enfatizo: el problema es la adicción, no la persona. La condena es a aquello a lo cual una persona puede estar siendo víctima (sustancia, por citar), y no a quien es dependiente de “esa cosa”. No solo sufre quien vive una adicción, sino su familia, y su círculo cercano. Las consecuencias, aunque en etapa 2 (siendo la etapa 1 la experimentación, la etapa 2 la dependencia y la etapa 3 la “cangrena” o lo crónico; a decir de la Dra. Julieta Sagñay, psiquiatra) pueden ser reversibles, pero se producen a nivel cerebral. No se trata de que “los datos rojos” son propios sólo del estrato social más bajo, ni de que “ella o él es débil, y yo soy fuerte”. ¡Para nada! Sí se trata, a la luz de lo dicho por el Papa Francisco, de una despreocupación y hasta desconexión permanente de los progenitores para con sus hijos, donde la autoestima de los hijos está “por los suelos”, la información proviene desde fuera, y no necesariamente para educar, y es alto el riesgo de vacíos existenciales, conflictos emocionales producidos en el entorno no familiar, maltratos o abusos sufridos, o sutiles invitaciones “a degustar” cuando se evidencia que hay vulnerabilidad.
¿Qué hacer? En los gobiernos no está la salvación. Sí en el propio seno familiar: no agrediendo a quien está atado a alguna adicción, no excluyendo, no abandonando a “la suerte”; sí, sin ser cómplice, a empatizar con quien es adicta(o): la está pasando mal, y luego: a buscar ayuda.