Historias de la vida y del ajedrez
Hay gente más brava que los más bravos
Todos conocemos de nuestros pueblos levantados y de nuestros mártires en esos agostos amargos. Pero a veces olvidamos la ayuda involuntaria que recibimos desde lejanas tierras.
Cuando ya estábamos hartos de la dominación española, con insurrecciones aisladas, aquí y allá, con rabias y dolores en todas partes, apareció Napoleón Bonaparte. En esa complicada partida de ajedrez que se jugaba en Europa, Napoleón Bonaparte hizo la jugada que necesitábamos en aquella parte del tablero para que nosotros le diéramos jaque al rey de España, en nuestro propio territorio.
Cuando las tropas napoleónicas invadieron España, fue el principio del fin. Con la guerra y las hambrunas, la monarquía perdió más de 800.000 habitantes. Ante ese enemigo debilitado, con la destrucción de infraestructuras, industria y agricultura, nosotros iniciamos la insurrección final.
España quedó dividida. Hubo grupos que apoyaron a Napoleón en su lucha contra la monarquía parasitaria. Y hubo también los que combatieron a los franceses. Sostener un gobierno a más de 1.000 kilómetros de París no era fácil. Solo el llevar mensajes requería de comandos especiales que eran emboscados a cada paso que daban. Los guerrilleros españoles disparaban, amenazaban, engañaban, distraían, volvían a atacar, se replegaban sin bajas, y volvían a atacar. Las pérdidas eran enormes. Napoleón tenía un panorama complicado. Y le presentaron la solución.
Era un campesino de Toulouse, iletrado, que recorría millas con botas o descalzo, sin importar la lluvia, el calor o la nieve, sin descansar, sin comer o tomar agua, cargado con cuarenta kilos de mochilas. En las peleas a puño limpio dejaba el suelo cubierto de muertos y de heridos quejumbrosos. Su arma más sofisticada era cualquier palo o un cuchillo con los que duplicaba el número de víctimas. Derribaba un caballo, agarrándolo por las orejas, o partía de un solo puñetazo el cráneo a un buey.
Medía 1 metro 90, pesaba más de cien kilos y tenía la cara cortada, con una horrenda cicatriz que le recorría desde la ceja izquierda hasta la barbilla. Su aspecto no podía ser más intimidante. “Este es el hombre, Emperador”, le dijeron a Napoleón. Él podrá cruzar territorio enemigo y llevar los mensajes que necesitemos a Madrid. Nadie se atreverá contra él.
Napoleón, desde sus 1,68 m de estatura, levantó sus ojos y sin inmutarse, dijo: “Prefiero al que le cortó la cara”.
En ajedrez también hay que saber distinguir dónde está la verdadera fuerza.
Correa Stankevi, de Uruguay, vs. Díez, de Ecuador.
1… TxP+ !!; 2: TxT, P8C=D; 3: P6A,DxT+
4: R4A, D5A. Y el negro controla la diagonal, el blanco no puede coronar, y el otro peón negro corona, por las dudas.