El presidente Rafael Correa lanzó una frase contundente: “Estoy hasta la coronilla de que los mandos medios no cumplan las órdenes”. Y en parte tiene razón.
Hay un nivel de gestión y de ejecución que no se sintoniza con la intensidad de los cambios y con la urgencia de la eficiencia.
Ahí hay algunas personas que improvisan y hasta trabajan sin sentido de responsabilidad pública, a veces solo por ganar un sueldo.
En ese nivel se denuncia corrupción, por ejemplo. El caso más delicado y complejo ha sido el de las comisarías de Guayas.
En lo que todavía le falta énfasis al Presidente es en transformar a la burocracia en un ánimo, espíritu y hasta convicción de que son servidores del público y no solo un grupo de personas con unos derechos adquiridos e irrenunciables. Hay avances, pero la gente común pide más. Sobre todo las personas de la tercera edad que hacen colas y turnos todos los días para un sinfín de trámites.
Se han despedido a algunos funcionarios con ciertos privilegios. El Instituto de la Meritocracia está ahí y todavía no cala en los empleados como una opción de futuro para su carrera. El Registro Civil cambió y hay signos de que apenas pasa la euforia se acomodan y vuelven las colas. El IESS mejora su atención, pero le desborda la demanda.
Para transformar este sector bastaría seguir el ejemplo del “salvataje de la educación”, como denomina René Ramírez a lo ocurrido con las universidades.
La burocracia requiere un salvataje para que se cumplan con calidad, no solo las órdenes del Presidente, sino los planes, programas y proyectos, pero ante todo la atención a la gente.
El cambio cultural del que habla Correa también implica eso: entender que el servicio público no solo se arregla con más plata, sino con eficiencia, excelencia y compromiso.
Claro que es un proceso largo, pero es incomprensible a veces que por “quítame las pajas” en la burocracia se compliquen la ejecución y realización de grandes proyectos, como los que criticó Correa en la inauguración del año escolar de la Costa. Lo mismo pasa cada vez que visita los hospitales o cuando para en sus recorridos en algún plan de vivienda o carretera.
Y no tiene que ser un presidente el que esté encima de esto todos los días. Ante todo son los ministros, subsecretarios, directores departamentales y toda la cadena de control y gestión. Por lo mismo, hasta la coronilla deben estar ellos y la misma ciudadanía para que la queja sea la excepción en la Administración Pública. El Presidente de una república está para afrontar y responder por los planes estratégicos.