La ofensiva garciana de ciertos jerarcas de la Iglesia católica sigue disparando sus cañones. El primer cañonazo fue la declaración de guerra, encubierta como exposición de principios, contra la consulta popular del próximo 7 de mayo, lanzada por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) que preside el arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, figura bendita de la oligarquía porteña y del Opus Dei, la tenebrosa secta repudiada por los verdaderos cristianos que, desde luego, los hay dentro de la Iglesia.
Aquella declaración recoge las tesis de la derecha ecuatoriana (léase Osvaldo Hurtado, Partido Social Cristiano, Madera de Guerrero, León Roldós, Carlos Vera y más sacristanes de la ceremonia), quienes a falta de pulmones propios respiran a favor del No a través de los grandes medios: que si triunfa el Sí se acaba la democracia, que hay que defender la división de los poderes, que hay que salvar al poder judicial tan prostituido, que es imperativo salvaguardar la libertad de expresión, que hay que defender la paz social, esta paz social que los ecuatorianos hemos vivido siempre en medio de un mar de miserias y podredumbre , con el cuarto de la población -tres millones de compatriotas- huyendo del país en pos del sueño americano o europeo.
Dado el primer cañonazo por monseñor Arregui, sus acólitos se aventaron a la palestra con el mismo guión y un agregado de bulto: el peligro fascista, supuestamente encarnado por esta suerte de Mussolini criollo que sospechan en Rafael Correa, el Presidente de los ecuatorianos.
Paladín de la causa seudocristiana en este campo de batalla es el arzobispo José Mario Ruiz Navas, ex presidente de la CEE, columnista del diario El Universo, quien inauguró recientemente la perversa maniobra mediática de los espacios blancos, por los cuales los editorialistas del diario escriben solamente un párrafo y luego dejan el resto de su columna en vacío, con el objeto de crear en el lector el mensaje subliminal de que con el Sí se viene la censura de los medios.
A propósito de Ruiz Navas y sus sermones políticos, resulta oportuno recordar la siguiente historia: durante las guerras de Alfaro, oficiaba de obispo de Manabí el clérigo austríaco Pedro Schumacher, garciano delirante, quien aplicaba la excomunión de los liberales como un garrote implacable. Cuando oía el nombre de Alfaro, echaba candela por los ojos. Ante el avance de la Revolución Alfarista, Schumacher se alzó la sotana para calzar botas de guerrero, convirtió los templos en cuarteles, repartió armas a sus reclutas y se lanzó a la guerra santa contra la revolución. Derrotado, huyó por la montaña y, felizmente, abandonó el Ecuador para no volver jamás. Pues bien, tres años atrás, en su columna de El Universo, Ruiz Navas emprendió abiertamente en la reivindicación del obispo terrorista, que según él había sido víctima inocente del sectarismo de la Revolución Alfarista. Así actúan los actuales obispos de la CEE. ¿Hasta cuándo, padre Arregui?