El mundo africano fue y es la gran bodega inagotable, la inmensa factoría donde las potencias desarrolladas obtuvieron y siguen explotando sus fundamentales y mayores recursos naturales y humanos, que permitió y ahora todavía posibilita a su clase dominante sostener las dispendiosas formas de vida de metrópolis invencibles.
Lo propio sucedió en América Latina y en Asia, y en cualquier lugar donde la bota imperial atiza sus banderas de dominio y despojo.
En el pasado fueron el oro, las piedras preciosas, el marfil y las maderas finas, los cuerpos y vidas de sus naturales -en el comercio infame de los esclavos- y también sus suelos feraces y extensos los que colmaron los inmorales afanes de los colonialistas. Hoy las apetencias de su monstruosa ambición se centran en las necesidades apremiantes por el agua y el petróleo, elementos cada día más escasos y costosos.
Antaño los “misioneros” llegaban con el mensaje divino, junto al conquistador blanco, para apoderarse de las minas y territorios de labranza y de sus almas. En palabras del ilustre obispo sudafricano Desmond Tutu: “Vinieron con su Biblia a nuestras tierras, nos dejaron la Biblia y se llevaron las tierras”.
Ahora, agobiados por sus recurrentes crisis financieras, reclutan mercenarios, entrenan criminales extraídos de las cárceles de los países del Medio Oriente, contratan a oficiales sionistas dispuestos a las mayores atrocidades, y con ellos arrasan y destruyen, por ejemplo, a la población civil en Libia -como antes lo hicieron en Irak- llevando un terror soez, como complemento de un oprobioso apoyo a los bombardeos indiscriminados de la aviación de la OTAN sobre mujeres, niños y ancianos del Estado libio, y cuyos millares de muertes inocentes no concitan reacción alguna de nadie.
El Occidente judeocristiano nuevamente obliga al impropiamente llamado Continente Negro a la sumisión y obediencia para que el saqueo monumental, no solo de sus riquezas del subsuelo, sino también de su milenaria cultura, sea legal y apropiado y merezca el agradecimiento universal. No olviden y recuerden lo acontecido en Bagdad.
Los millones de explosivos descargados sobre el territorio de Libia son una muestra fehaciente de lo que son capaces los imperios cuando agonizan y derrumban.
La vesania y crueldad de los corruptos invasores de Trípoli contra sus defensores implican el mayor desprecio por la condición humana, las violaciones de cientos de mujeres y niñas por parte de la escoria contratada por las agencias de espionaje de los estados compactados en esta operación bélica y de reconquista, realmente monstruosa, en algún momento recibirán condena de la historia. Simultáneamente otro hecho sacude, o debería sacudir, la conciencia de la humanidad en el llamado Cuerno de África: 12 millones de seres humanos -insisto, seres humanos- vagan por planicies y montañas en busca de alimentos y agua, ya que la ONU no logró reunir los 2.500 millones de dólares que se requerían para paliar el estado de hambruna que los agobia. Empero, se liberaron para la “reconstrucción de Libia” 1.500 millones de euros embargados en USA, que serán entregados a empresas occidentales para salvarlas de su real bancarrota.