En la centuria pasada, un pensador argentino exclamó: “La Universidad latinoamericana es un templo en el que hay ídolos, pero no hay fe”. ¿Se refería indudablemente a la crisis que desde hace mucho tiempo institucionalmente la aquejabay relativamente continúa hasta ahora, todavía?
En el Ecuador, esta problemática universitaria y social tuvo y tiene connotaciones mayores. Y es que las diferentes etapas por las que ha atravesado nuestra alma máter, desde el período donde la sumisión obligatoria a la bibliografía de texto, al pizarrón y al discurso casi siempre desfasado del “magíster dixit”, cuyo dogma intangible lamentablemente no nos ha abandonado, dio paso a otro período infortunado y desdichado cuando los estratos académicos y de investigación fueron arrinconados y subordinados a los o por los estamentos de la dirigencia estudiantil y sindical que en muchos centros superiores de educación de iniciativa estatal los manejaron a su antojo.
Peor aún, una oligarquía ignara y soberbia de un partido político la ha tenido secuestrada durante casi treinta años, con autoridades casi eternas que supervisan con guante de hierro o de algodón, según fuera la necesidad coyuntural, a una parte de una docencia agobiada y en la cuerda floja del sueldo de fin del mes y -creo yo- ahogada en sus propias culpas.
A todo esto, nuestra juventud estudiosa, rebelde, generosa y altiva, en ese panorama subrealista de las relaciones de poder, siente que aherrojan su capacidad intelectual en lugar de estimularla y que, evidentemente, se pervierte su carácter, generando sistemas de acomodo y oportunismo, y cuyos resultados más oprobiosos son precisamente los fracasos en el campo profesional de aquellos que prefirieron la manipulación política antes que el estudio fecundo.
Pero frente a ello resurge una esperanza y flamea una bandera, para terminar las angustias y sinsabores del pasado reciente, nuevas leyes y organización para nuestra educación superior y, por tanto, no más abusos ni cepos. La ansiedad por el conocimiento universal deberá estar en el terreno de las realizaciones de la cátedra.
La preocupación por la formación, la investigación científica y la extensión comunitaria y su influencia en la sociedad ecuatoriana debe instaurarse con toda la fuerza posible.
Y desde luego, nunca más las agresiones criminales contra sus máximos directivos. Recuerden, ecuatorianos, jamás hay que olvidar que un ex rector de la Universidad de Guayaquil y el actual de la Central fueron golpeados sin piedad y a mansalva, y casi asesinados en el seno del mismo claustro por “divergencias ideológicas”, por sicarios con el ropaje de líderes estudiantiles.