Los recientes episodios de protesta y violencia experimentados casi de manera simultánea en países como Bolivia, Chile, Ecuador y España seguramente podrán explicarse en cada caso según motivos detonantes específicos, propios de cada realidad; pero, si escudriñamos con alguna profundidad esas coyunturas conflictivas, será posible encontrar elementos comunes que demandan la reacción comprometida de ciudadanos, dirigentes políticos y autoridades de turno. Nuestro país no es la excepción en este sentido.
Todo indica que algunos elementos se repiten en cada uno de los casos referidos, por ejemplo: falta de un proyecto nacional soportado en grandes acuerdos en los cuales participen todos los sectores de la sociedad, lo que podría decantar en nuevos momentos constituyentes para construir constituciones que encarnen una misión colectiva, un proyecto político para el presente y el futuro; ausencia de compromiso y sensibilidad de las élites políticas y económicas con necesidades apremiantes de la sociedad, muchas de ellas postergadas por décadas para amplios sectores que sobreviven en medio de la vorágine capitalista, depredadora de recursos naturales y excluyente por definición; alejamiento generalizado de la sociedad de prácticas identificadas con la verdad, los valores y grandes principios que han permitido en distintas latitudes y épocas consolidar democracias comprometidas con los derechos, la igualdad y la equidad, así como con la transparencia.
Puede ser que las raíces de los problemas que ahora soportamos estén en el sistema educativo, ese que tiene que ser liberador, humanitario, creativo y ético.
Los ciudadanos de a pie, los que hacen política, también aquellos que hacen lo inimaginable por sobrevivir y sacar adelante a sus familias, los profesionales, quienes emprenden y hacen empresa, todos sin excepción tenemos que reaccionar para hacer grande al Ecuador, superando los conflictos con diálogo, compromiso y educación. (O)