La lucha contra la discriminación racial saldrá del laberinto de impunidad en que se encuentra, si a las mesas redondas, conferencias, publicaciones encaminadas a hacer tomar conciencia del problema, se añaden acciones contundentes para desenmascarar a los violadores y llevarlos a responder ante la justicia.
En recorrido por asentamientos de afroecuatorianos en Guayas, Esmeraldas, Carchi, Imbabura y Quito, recogiendo tradición oral para escribir sobre su historia, pude comprobar la dimensión y profundidad del problema, especialmente en el barrio Alpachaca de Ibarra, donde me decían “aquí a todos nos tratan como delincuentes”.
Estando en la Secretaría de los Pueblos, documentándome para escribir sobre la importancia de la recientemente creada Comisión Nacional de Afrodescendientes, una joven afroecuatoriana llegó en busqueda de apoyo con su pequeña hija. Quien me atendía me invitó a escucharla.
Desde julio del año pasado esta joven viene experimentando un calvario, habiéndose atrevido a denunciar a su superior por abuso de autoridad y discriminación racial. “Pena me dan los negros, todos son iguales, no vales nada como persona”, le habría dicho, sumiéndola en una depresión que, embarazada, le causó la pérdida de la criatura.
Ya fue víctima de una golpiza al llegar a su casa. Tuvo que dejar a su hijita donde su madre, temerosa de que le pase algo, pues las amenazas continúan. Hasta le han ofrecido dinero para que calle. En vano ha acumulado un legajo de documentos probatorios de sus denuncias ante la Fiscalía y la Defensoría del Pueblo.
El fotógrafo de la institución llegó para documentar la entrevista, pero cuando se enteró de que la denunciante es policía y el denunciado Jefe Provincial de Tránsito de Imbabura, se retiró alegando que no era de su competencia, ante lo cual levanté la voz indignado, preguntando hasta cuándo se seguirá tratando el caso burocráticamente, cuando urge una solución, y aduje como ejemplo la rapidez con la que la policía de Nueva York atendió eficazmente la denuncia de la joven africana que se atrevió a denunciar al director general del FMI, quien esa misma tarde entraba a prisión preventiva.
Presto mi voz a quien no logra ser oída, y a sabiendas de que su denuncia no es la única. Sin embargo, no dudaré en reconocer la inocencia del acusado si se le declara inocente, pero seré el primero en celebrar su prisión, si la justicia sale de su letargo, lo encuentra culpable y procede a dictar sentencia ejemplarizante a nivel nacional.