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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Ha llegado el doctor Bloom

06 de diciembre de 2015

Las contradicciones del sistema en el que vivimos producen cada vez más pobreza en el mundo. Ese problema estructural solo puede ser enfrentado desde la política, campo que corresponde a la acción y la toma de decisiones fundada en el poder. El ejercicio de ese poder institucionalizado en un Estado democrático es encargado por la mayoría de los ciudadanos de un país, quienes mediante elecciones escogen a un grupo dirigente, que en general está ligado a una clase social y propone un camino a seguir. Cada cierto tiempo los ciudadanos eligen a sus representantes y el proyecto político que debe ejecutarse, siguiendo los dictados de su conciencia o ideas. Pero, ¿quién o quiénes son los que al final tienen el poder de influir en esas conciencias individuales y colectivas? ¿Quién o quiénes ejercen hegemonía?

Hace unos días, Emir Sader, en su artículo ‘La batalla de las ideas en el neoliberalismo’, publicado en EL TELÉGRAFO, citaba al historiador Perry Anderson y decía que la izquierda llegó al gobierno por el fracaso de las políticas neoliberales, pero que para entonces, el neoliberalismo había dejado la “hegemonía de sus valores”. Sugería de esa manera que el desafío estaba entonces en el campo de las ideas. Las ideas y el mundo de lo subjetivo tienen muchas capas. A menudo creemos que el problema radica solo en la difusión de un discurso de izquierda y la repetición del mismo. Sin embargo, el sustrato en el que se estructura la conciencia es otro más profundo, y tiene que ver con el modo de pensar, con el objeto del pensamiento y la relación y representación de la realidad cotidiana. Por ello, mientras internamente nuestras sociedades latinoamericanas miden sus fuerzas políticas, los centros de poder estarían desarrollando nuevas estrategias para estandarizar y programar nuestro modo de pensar.

El Dr. Benjamín Bloom, pedagogo y psicólogo norteamericano (1913-1999), logró esquematizar los procesos del pensamiento humano e identificó seis niveles: conocimiento, comprensión, aplicación, análisis, síntesis y evaluación. Detrás del esquema subyace la peculiar instrucción de que los maestros deben utilizar solo verbos para enumerar los objetivos. Por otra parte, su tarea debe consistir, sobre todo, en asegurar el aprendizaje de destrezas y habilidades. La acción es lo primordial, lo que obviamente significa, ‘producir’ bienes o servicios. Al parecer, el neoliberalismo ha instrumentalizado la taxonomía de Bloom y la articula a una política que refleja el Acuerdo de Bolonia (1999), cuyo propósito es la transformación de la educación superior en Europa, para crear una masa de neo ‘obreros’ de alto nivel, que al parecer estarían destinados a mantener en funcionamiento la dimensión de la economía real, mientras el capitalismo especulativo y virtual sigue autoexpandiéndose.

Los manuales operativos derivados de la taxonomía de Bloom ya son usados en los centros de estudios superiores de América Latina. Los seguidores de su escuela elaboran manuales para redactar y planificar el aprendizaje. Inducen a iniciar toda redacción con un conjunto preseleccionado de verbos, e instruyen: “Trate de evitar verbos ambiguos como ‘comprender’, ‘saber’, ‘estar consciente de’ y ‘apreciar’” (Bingham J., 1999). Está más o menos claro, el nuevo designio busca programar y naturalizar un modo de pensar predominante, que se enfoque en la acción-producción, sin problematizar la realidad ni mirar la complejidad del mundo o implicarse en los valores de la solidaridad y la vida. El Dr. Bloom ha llegado. ¿Le abrimos la puerta? (O)

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