Existe un triángulo aplicable tanto para la excelencia como para el fracaso. El triángulo funciona cuando existe la riqueza, seguridad y excelente educación para todos, e igualmente entre la pobreza, la inseguridad y la deficiente educación.
Es un error interrelacionar dos de los tres elementos: así hablan de la pobreza y la inseguridad o de la inseguridad y enseguida pensamos en la pobreza, sin el tercer elemento que cambia el círculo vicioso: la educación.
Una solución muy extendida es, a mayor inseguridad, reaccionar con mayor control policial o militar. Esto da resultados momentáneos y a largo plazo no funciona cuando no se enfrenta el tema de fondo, que es la inadecuada o carente educación y capacitación. A muchos pobres que no tienen una adecuada educación no les queda más que -si es hombre- dedicarse a cargar: en los mercados o en las construcciones; cuidar: carros, personas, edificios; y en última instancia, robar. En el caso de las mujeres, trabajar en quehaceres domésticos y, si son de muy buena presencia, en pequeños negocios o la prostitución.
En nuestra ciudad un porcentaje mayor del 40% se dedica al trabajo llamado ahora informal, que antiguamente se le llamaba subocupación, en el cual no se tiene asegurado el ingreso del día siguiente y los peores enemigos de esos ciudadanos son las fiestas o los puentes vacacionales, porque se reduce la posibilidad de trabajar, a diferencia de los que son empleados particulares o públicos, que ganan o tienen ingresos sin trabajar.
Una revolución necesaria en la ciudad de Guayaquil requiere que se invierta extraordinariamente en educar y capacitar a todos los habitantes que viven en ella. Se trata de una inversión muy importante en la que todos se actualicen en el trabajo que realizan o que aprendan uno nuevo para desenvolverse mejor y enfrentar los retos del cambio de época y de la matriz productiva. Tanto el Gobierno central, la Municipalidad de Guayaquil y el sector privado deben invertir en la educación y la capacitación de todos los ciudadanos. En un principio, por lo menos, debe ser la misma cantidad que se invierte en las fuerzas policiales y en las guardias de seguridad municipal. En un segundo momento la inversión en capacitación debe ser mucho mayor que en las fuerzas de seguridad.
Está comprobado en países como Finlandia y Suecia que la seguridad descansa en la educación y capacitación de toda la población, más que en las fuerzas de control de la delincuencia.
Todavía lo que se ha hecho y ofrece es muy poco para un urgente cambio de época.