Gandhi contaba en su autobiografía “Mis experimentos con la verdad” que frente a un conflicto había surgido cierta simpatía entre él y los funcionarios a cargo; que aunque él podía haberse resistido legalmente a las órdenes impartidas, las aceptó todas manteniendo una conducta correcta, por lo que estos últimos vieron que él no quería ofrecer resistencia civil a sus decisiones.
Gandhi dice que eso hizo que se vieran en una situación especial y, en cambio de hostigarle, se mostraron satisfechos porque él y sus compañeros no permitían que la multitud se extralimitara.
Hasta ahí la anécdota, pero lo interesante está en la forma como Gandhi la analizó, al decir que “se trataba de una demostración palpable de que la autoridad tambaleaba”.
Los sucesos de la semana pasada en Guayaquil, donde por convocatoria del alcalde Nebot, miles de seguidores suyos marcharon pacíficamente para apoyar la instalación de una estatua de Febres-Cordero en Las Peñas, me recuerdan el pensamiento gandhiano, porque el líder hindú entendía que la forma en que se portan las personas
tiene mayor valor que lo que se consigue.
Advierto que no me mueven pasiones por Febres-Cordero porque mi llegada al Ecuador fue posterior, pero pienso que el haber politizado un tema básicamente legal en relación con el sentimiento e innegable pasión, a favor o en contra, que puede inspirar el líder guayaquileño, fue falta de olfato político y error de cálculo, sin perjuicio de lo que disponga la ley en materia de monumentos.
A veces uno no entiende por qué hay funcionarios a los que les dan ataques de creatividad y se lanzan a dar discursos tan equivocados que hasta a la ministra del ramo se le ve “pasando de agache”, sin enredarse en los vericuetos políticos y limitándose a la discusión legal. Al final los jefes terminan todos envueltos en tal predicamento que algo tienen que decir, unos lo hacen bien y otros siguen enredando más las cosas.
Lo único que creo que se logró al politizar el tema fue empoderar a la gente de Guayaquil con algo que de otra forma podría haber pasado desapercibido: enfrentar las órdenes de la Policía Nacional con las de la policía local, cosa que me parece inadecuada y peligrosa; darle pantalla y oportunidad al alcalde Nebot de mostrar que su capacidad de convocatoria está intacta; y probar que Gandhi tiene razón, pues promover la resistencia pacífica sí es un método para alcanzar objetivos sociales y políticos.
Las palabras tuvieron un efecto boomerang. ¿Valdrá la pena dar tanta “papaya”?