Entendieron que, como la libertad estaba cerca, había que ir a buscarla para que llegue pronto. Y cuando juraron ser independientes lo hicieron pensando en ser semilla de un proyecto mayor de prosperidad.
El 9 de octubre de 1820 Guayaquil marcó el paso y señaló la ruta pero, sobre todo, asumió la responsabilidad histórica de arriesgar su propia emancipación en procura de la de los demás. Bolívar estaba estancado al otro lado de Pasto y San Martin ya no tenía recursos para avanzar. Apenas horas después de la gesta guayaquileña se unieron Daule, Samborondón y Baba. Luego siguieron Jipijapa, Naranjal, Portoviejo y Montecristi. Y el 3 de noviembre Cuenca plegó al movimiento emancipador.
Las tropas porteñas avanzaron eventualmente a los Andes para liberar Guaranda y eso motivó a Latacunga, Ambato y Alausí a declararse independientes. Sucre recién llegó a la Provincia Libre Guayaquil siete meses después del oficio enviado a Bolívar en octubre para que se apresure “el destino de América”. El mariscal partió rumbo a la sierra robustecido por tropas locales para escribir la historia.
Dos siglos después, Ecuador aún no termina de cumplir los objetivos fijados en la “Fragua de Vulcano” de ejercer el bien y defender a la patria desde la legalidad y la independencia. Nos hemos obsesionado tanto con las fotografías del futuro que hemos perdido el rastro de los principios del pasado.
Hemos forjado una democracia que esconde tiranías y consiente abusos. Hemos permitido que los poderosos nos asalten frente a la vista cómplice de jueces y legisladores. Hemos idolatrado al estado obeso, asignándole el peso de resolver la mayoría de nuestros problemas, aun sabiendo que el mayor de los tesoros salió hace 200 años como un acto ciudadano.
No aprendimos que el poder corrompe, que en nombre de las mayorías también se practica la opresión y que la gente común, más allá de la voz y del voto, tiene la obligación de enderezar su camino cuando se sepa perdida.
Guayaquil fue siempre atacada por pestes e incendios y en el siglo 21 seguimos siendo azotados por la plaga populista y por piratas como Abdalá y Rafael. Nos incendia la corrupción y en nuestros días más oscuros pocos vinieron desde fuera para darnos la mano. Que nos quedemos aislados nos dijeron.
Pero hemos sabido levantarnos y seguiremos avanzando erguidos, liberándonos del yugo de quienes no nos respetan. Guayaquil siempre por el Ecuador, sin complejos, sin regionalismos y pensando en ese proyecto mayor de bienestar común. Que febrero sea un nuevo octubre y que salgamos a buscar nuestro destino de días mejores con el valor de la honestidad y con la fuerza del civismo.