Su muerte nos ha conmovido a todos. Al menos a quienes estamos interesados en el arte y la cultura. Su aporte al arte ecuatoriano, su generosidad y su calidad humana lo hicieron distinto. Jamás la arrogancia y peor la prepotencia.
Jamás el gesto inútil o el desdén. Por el contrario, siempre abierto a compartir sus conocimientos. Siempre dispuesto a enseñar y a no guardarse nada con sus alumnos y con cuanto joven artista se le acercaba. No entendía en un artista la fama o peor el objetivo único de hacer dinero, y menos a costa de su arte.
Siempre listo para una buena conversación, salpicada, eso sí, por unas pizcas de fino humor. No concebía a su pintura como un trampolín para lo que sea; la respetaba demasiado como para ofenderla utilizándola para cualquier fin que no sea la búsqueda constante de la belleza. Me refiero a Jorge Swett Palomeque.
En el último año, a partir de la restauración del mural de Manuel Rendón Seminario (que hoy luce espléndido en el pasaje exterior del Centro Cultural Simón Bolívar), tuve el privilegio de compartir muchos momentos, conversaciones e incluso mirar cómo trabajaba.
Lo hacía junto a Carlos, su hijo, que heredó no solo su pasión por el arte, sino también su habilidad y su condición humana. La familia trabajando, en grupo, colocando una a una las diminutas piezas del mosaico para devolver el esplendor a los murales de Rendón Seminario.
Y a Jorge se le debe, precisamente, el hecho de haberlo encontrado hace casi 30 años, abandonado en una de las “reservas” (bodegas) de los museos del Banco Central. Se recuperaron también otros tres murales (pequeños) de Rendón Seminario que, por cierto, pronto el Ministerio Coordinador de Patrimonio entregará a la ciudad de Guayaquil.
Es invaluable el aporte de Jorge Swett al arte nacional, su investigación en torno a lo precolombino y su interés en la arqueología marcaron los contenidos de su pintura.
Es, de hecho, uno de los privilegiados cultores del muralismo. Quizá hoy se pueda emprender un gran libro que acoja todo el trabajo artístico del maestro.
Sin embargo, aún Guayaquil tiene una enorme deuda con Jorge Swett. Uno de sus murales, el que fue ubicado en la terminal del aeropuerto Simón Bolívar, cuando se dio el cambio y se convirtió en Centro de Convenciones se atentó contra este trabajo; se lo cambió de lugar y se ocultó la parte inferior, incluyendo la firma.
Y en cada evento que se realiza se lo maltrata y agrede. El autor protestó y solicitó la reparación inmediata de este atentado, pero ha sido inútil.
Si el Municipio y la ciudad quieren rendirle un tributo al maestro Swett, lo mejor que pueden hacer es reparar esta intervención y devolverle el valor y el trato que este mural merece.
Mientras tanto, cabe un silencioso abrazo y un profundo y sonoro ¡gracias Maestro!