Hace tres años, cuando asumió sus funciones la actual composición de la Corte Constitucional, el país estaba sumido en una de sus tantas crisis institucionales y democráticas. Tratando de salir de una década de autoritarismo y sistemáticas violaciones a derechos humanos, de una justicia en la que se “había metido mano”, y un aparato institucional dedicado al culto a la persona del líder, Ecuador se sumió en un proceso de “descorreización”, que aunque sumamente cuestionable, nos dejó, al menos, a esa alta corte como legado.
A las y los nueve magistrados que asumieron la labor de constituirse en el más alto tribunal en materia constitucional, les tocó un reto aún mas demandante que el de despachar las miles de causas que la composición anterior había dejado represar por casi una década. El verdadero desafío fue devolverle la credibilidad ciudadana a una institución venida a menos, por haberse vuelto servil y utilitaria al que había sido, hasta hace poco, el poder de turno. Hoy, tres años después, y a propósito de su renovación parcial, podemos decir que esa tarea fue cumplida con creces. Tuvimos, por tres años, una corte de lujo.
El día lunes, con mucho pesar, supimos que según el sorteo para la renovación del 1/3 de la Corte, los magistrados Grijalva, Àvila Santamaría y Salgado, serían quienes abandonarían el tribunal. En realidad, cualquier otro resultado hubiera sido igualmente penoso, porque más allá de la ideología, quienes integran el tribunal se han desempeñado con honestidad, con convicción, con un profundo compromiso de ser guardianes de la Constitución, y de los derechos que en ésta están contenidos. Son personas con trayectorias demostradas, pero sobre todo, de intachable honestidad. Algo raro, en un país donde la inmoralidad parece haberse normalizado.
Las muestras de cariño y admiración no se hicieron esperar. Es raro que, en Ecuador, un alto funcionario deje su cargo entre alabanzas, agradecimientos y elogios, pero ese fue el caso para los tres magistrados salientes. Ciertamente, han tenido detractores, sin embargo, quienes han sido más críticos al trabajo de la Corte, parecen actuar no desde una preocupación seria por la vigencia de la Constitución, sino más bien desde el temor al posible perjuicio que supone para los intereses de sus clientes, que una Corte finalmente se pare firme a la vigencia de los derechos humanos, de las minorías, de la Naturaleza. Porque la propia Constitución dispone, como su más alto mandato, el respeto y la garantía de esos derechos. Y como resulta inaceptable un argumento en contra de una sentencia garantista en derechos humanos solo “porque no me conviene”, algunos se valen del argumento del “activismo judicial” para desacreditar la calidad de esos fallos, como si la observancia y el respeto por los derechos de todos y todas, fuera incompatible con el deber de administrar justicia. Absurdo.
Especialmente fuertes fueron los embates sufridos por el juez saliente Ávila Santamaría, a quien algún tinterillo sediento de atención se atrevió incluso a denunciarlo penalmente, tras su ponencia en el fallo del matrimonio para parejas del mismo sexo. Ávila, con su sencillez, con sus jeans, con su discurso amigable y no pretencioso, nos deja un legado de jurisprudencia en materia de derechos de la naturaleza, que ya ahora, empieza a ser motivo de debate y admiración en otras latitudes. Porque nadie es profeta en su tierra, y porque ese legado será ciertamente apreciado por generaciones que tengan más sentido de justicia y humanidad que la de ahora.
En el discurso posterior al sorteo, el presidente Hernán Salgado, uno de los baluartes del Derecho Constitucional Ecuatoriano, maestro y mentor de varias generaciones de abogados, pronunció unas palabras que han sido ciertas para esta composición de la Corte, y que deberían ser el faro guía para la composición que viene, e incluso para las demás instituciones públicas el Ecuador, sumidas hoy en vergonzosas pugnas de poder e irregularidades impresentables. El doctor Salgado dijo, con certeza “…el servicio que damos es al país. Solo al país”. Ojalá otras instituciones y funcionarios actuaran así.
Decir que esta Corte fue “de lujo” no es decir que ha sido perfecta. Todos hemos, ocasionalmente, discrepado con sus fallos, pero no es extraño en una democracia. Esta composición de la Corte, con variadas posiciones ideológicas, que ha emitido fallos valiosos en todos los temas, y logró devolvernos la credibilidad y el respeto por el sistema de justicia constitucional, deber ser despedida con aplausos, de pie. A todos ellos, y en particular a los tres jueces salientes, solo puedo decirles: gracias por la lucidez.