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Ecuador, 06 de Octubre de 2024
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El Telégrafo
Padre Pedro Pierre

¡Gracias, Ecuador!

30 de marzo de 2016

A los 40 años de mi llegada a Ecuador quiero agradecer a las personas que me acogieron, me acompañaron y me permitieron ser aquel que soy hoy, rebelde como siempre y feliz. Agradecer también por todo lo que me transmitieron las culturas ecuatorianas. Hijo de campesinos de la región central y montañosa de Francia, crecí en el campo, libre y solidario, como me lo enseñaron mis padres… hasta que un amigo ecuatoriano me invitó a venir a trabajar a Ecuador.

Grupos de alfabetización del Suburbio de Guayaquil me enseñaron a conocer y comprender la realidad del país mediante “palabras generadoras”, generadoras de otras palabras, de personas otras, de comunidades solidarias y de poder popular. Amigo de monseñor Leonidas Proaño, entré en la dinámica de la Iglesia de los Pobres soñada por el papa Juan 23 y puesta en marcha por las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) de América Latina y por los obispos más clarividentes y valientes de América Latina en su reunión de Medellín, Colombia, en 1968. Los pobres me acogieron, urbanos, campesinos, indígenas, negros, para hacer crecer desde ellos un Ecuador menos inequitativo y una Iglesia solidaria de ellos, de sus anhelos y de su liberación. Puse mi sacerdocio al servicio del pueblo de los pobres para que, como decía Juan Bautista, “él crezca y yo disminuya”.

Después de 2 años de teología en la Universidad de los Jesuitas en Roma, la Nicaragua sandinista me abrió sus puertas y su corazón durante 8 años para un trabajo pastoral en el campo tropical de la Costa Atlántica. El país estaba destrozado por la guerra desatada por el Gobierno de Estados Unidos: estaba logrando una democracia participativa, una educación liberadora, el protagonismo de los jóvenes, la dignidad de las mujeres, la interculturalidad de sus pueblos… logros que el imperio no podía tolerar fuera de su sistema capitalista deshumanizador, destructor de la vida y los sueños, arrasador de la naturaleza y las utopías.

Regresé a Quito en la década de los presidentes defenestrados por su corrupción, el saqueo descarado del país y su complicidad vergonzosa con intereses norteamericanos. Las CEB de Ecuador y América Latina, con sus acompañadores, me pidieron ayudar para la formación bíblica, teológica y política. Vinieron años de recorrer el país, gozar su diversidad cultural y su belleza natural, seguir bebiendo en el pozo de la sabiduría de los pobres. Inesperadamente la directora de este periódico me facilitaba un espacio semanal para ser una voz donde los mismos pobres y los que optan por sus causas se reconozcan y se animen a unirse para tomar las riendas hacia un país más inclusivo, equitativo y pluricultural.

Habiendo llegado a la década de los 70 años, continúo más despacio mis andancias apoyando la formación, la militancia y la espiritualidad. La amistad y la ternura de los pobres hacen más dulce y agradable el paso de los años. Alegre por estos 40 años latinoamericanos, deseo felicidad a quienes me leen. Cariñosamente y para siempre, como dice el profeta Isaías, “les tengo grabados(as) en la palma de mis manos” y de mis ilusiones. (O)

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