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El Telégrafo

Gonzalo Rojas y la revelación del lenguaje

29 de abril de 2011

En junio de 1964, en el  “Barrio Universitario” de  la chilena ciudad de Concepción  y convocado  por su alma máter, se celebró el “Encuentro de  escritores  universitarios de Latinoamérica”, que permitió reunir a una pléyade  de ilustres pensadores  muy conocidos en  todo el continente, con la novísima  generación de literatos, algunos de los cuales alcanzarían  en unos cuantos años la consagración  definitiva.

Recuerdo entre los más conspicuos  concurrentes al argentino Raúl Larra, al cubano Fernández Retamar, a los  novelistas  chilenos  Manuel Rojas y Nicomedes Guzmán, los peruanos José Miguel Oviedo y Antonio Cisneros; de México,   Carlos Fuentes; por el Ecuador nos representaron    personajes  de la talla de  Pedro Jorge Vera, Manuel Medina Castro  y Eugenia Viteri;  y junto a ellos -y muchos más-  nosotros, tímidos lobeznos que no nos atrevíamos a mostrar los dientes,  pero que seguíamos con mucha atención  las deliberaciones del cónclave inaugurado por  el ilustre rector doctor Enríquez.

Dos corrientes ideológicas marcaron las doctas controversias  de esa convención  literaria: la primera, esgrimida por la mayoría, que se resumía en la posición y el compromiso  del creador  frente a su época histórica; y una segunda,  minoritaria, que solventaba  la responsabilidad del autor solamente con su obra. Empero, la tonalidad apasionada  de las opciones vertidas por unos y por otros, y las inútiles fatuidades  de unos pocos  empantanaron   el debate  y pudieron  condenar al fracaso la  luminosa iniciativa del prestigioso  Centro de Estudios  Superior   del Sur de Chile.
Y entonces apareció una figura  providencial, Gonzalo Rojas, y sus poemas, aquella poesía,  que tenía  una  dualidad paternal  eran hijos con iguales derechos de  “la sanguínea  y la imaginaria “pensadas y realizadas en forma lentiforme”, por “un poeta  inconcluso”-según él mismo admitía-, pero que mostraba y muestra  el suave tono  de una    dialéctica poética, que con singular maestría posibilita  transitar por sendas donde la telúrica tiene su espacio y,  con igual garantía, la erótica  se desarrolla,  inmersas ambas en un plácido  a veces tumultuoso mar de  lenguaje revelado para vivirlo siempre.

El pasado  25 de abril,  Gonzalo Rojas  entregó su espíritu  a la tierra  chilena. El hijo del minero, el convencido  luchador por el socialismo, el bardo vanguardista, el rapsoda premiado y coronado  por reyes y presidentes, el representante diplomático del gobierno popular de Salvador Allende, en fin, el hombre, ha fallecido  como quiso y lo soñó:  en silencio, en paz  y con los suyos, amortajado   en sus versos  inmortales. “¿Qué se ama  cuando se ama, mi Dios, la luz terrible de la vida /o  la luz de la muerte?”.

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