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El Telégrafo

Gobernar con coraje y cariño

29 de marzo de 2012

Cuando pienso en las mujeres políticas, pienso en esa imagen fraterna que solo podía entregar una de nosotras, nacida del vientre del pueblo azuayo, en Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca. En ella pude reconocer a la madre, a la luchadora incansable, a la amiga, aquella que transitó junto a los jóvenes por las calles, la portavoz de los maestros y maestras del sur, a esa mujer que siendo propietaria de una cálida sonrisa jamás abandonó la firmeza de sus palabras y decisiones.

Esa mujer fue la primera Ministra de Defensa, atreviéndose a ser la muestra palpable del cambio de época, de la ruptura con lo tradicional, fue “la civil”, “la militante de izquierda”, asumiendo un papel que hasta ese momento se reservó para varones. 

Cuando la recuerdo, identifico una forma distinta de liderar, diferente a lo que los medios y los políticos se encargaron de mostrarnos como “referentes”. La señora Thatcher, pionera de las medidas de austeridad; o una Ángela Merkel que impone “reformas homicidas” a Grecia y España, asumieron ambas rasgos varoniles en el ejercicio del poder, con estilo traje sastre, rodeadas de varones, ambas con una frivolidad que muestran sus propuestas, ambas defensoras del capital.

Sin embargo, en la América Latina no hemos necesitado mostrar frivolidad: nuestro continente ha sido construido con los rostros de Manuela Sáenz, Violeta Parra, Tránsito Amaguaña, Celia Sánchez, la “Adelita”, Eva Perón, las “Mariposas” y miles de mujeres anónimas dotadas de sensibilidad.

Hoy en día vemos el trabajo de Michelle Bachelet en las Naciones Unidas, la fortaleza de Dilma Rousseff al frente de Brasil como el motor del Sur y a una Cristina Fernández liderando la Argentina borrando las huellas del “corralito”.
Cambiar los “referentes” tradicionales es quedarme con la imagen de estas mujeres de nuestra América Latina, es pensar en Guadalupe Larriva.

Estos liderazgos nos muestran que no necesitamos aprender a impostar la voz para mostrar autoridad, que adoptar los rasgos varoniles es legitimar las masculinidades tradicionales del poder; que somos herederas de mujeres que no intentaron ocupar el espacio del patriarca si no que mostraron un rostro profundamente humano y absolutamente firme.

Esa entonces es la principal tarea de las mujeres que hoy poblamos este lado del mundo, levantar la voz y el trabajo, liderar sin perder la ternura. Nada más acertado que las palabras de Dilma al asumir el poder: “Gobernar con coraje y cariño”.

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