Reminiscencias de la Loja sureña no me faltan cotidianamente; como hilo interminable la memoria enlaza lugares, escenas y personajes de esa ajada y paradisiaca tierra, todavía postergada en muchos sentidos, pero muy presente en la nación ecuatoriana. 200 años pasaron desde que, gracias a un movimiento revolucionario popular al mando de Ramón Pinto, Nicolás García, José M. Peña, Manuel Zambrano y José Picoita, la provincia de Loja proclamó su independencia el 18 de noviembre de 1820.
Caminar por las orillas de los juguetones riachuelos de su capital; divisar el Villonaco, los ceibos y los guayacanes florecidos; visitar los valles encantadores de Catamayo, Malacatos, Puyango, Vilcabamba; saborear su gastronomía; deleitarse con su cultura, letras y música, son placeres incomparables. “Si usted nunca ha ido a Loja, no conoce mi país…”.
Loja ha sido cuna de políticos, juristas, maestros, escritores y artistas de gran valía. Está situada a un paso del oriente, de la costa y de la sierra central; vínculo latente con el Perú; ha jugado papeles destacados en grandes definiciones de la historia nacional, un capítulo de orgullo es el gobierno federal de 1859 al mando de Manuel Carrión Pinzano, que con determinación defendió justas aspiraciones y concretó la autonomía local.
El pueblo lojano lucha y emprende; engrandece lo propio, sin desentenderse del resto del país y el mundo; es muy consciente de que de su esfuerzo depende su adelanto. Aún falta mucho por hacer, por ejemplo, en: descentralización; aprovechamiento racional de recursos; interconexión; educación, turismo, industria y comercio; desarrollo del agro e integración productiva con otras regiones y con el vecino del sur. Esta no debe ser una celebración más, con unidad y visión hay que prepararse para el futuro, reafirmando el valor de esta tierra y de su gente, sin decaer en la defensa de lo que le corresponde como centinela digna y emancipada desde hace mucho tiempo.