El siglo XXI halló a la humanidad en una disyuntiva fundamental: la expectativa de crear una sociedad global en lo económico, como manifestación de los conceptos políticos y financieros del neoliberalismo, o la posibilidad de desarrollar procesos revolucionarios que solventaran la arquitectura de un modelo de socialismo distinto del que se derrumbó en la centuria pasada, a consecuencia de errores y deformaciones ideológicas gravísimas.
Los cientos de descubrimientos científicos, de acuciosos almacenamientos de conocimientos tecnológicos, de revalorizaciones culturales, de severas metamorfosis en lo político y social de nuestros pueblos, la maduración de una nueva ciudadanía consciente de sus derechos, han permitido que hayan fructificado cambios verdaderamente radicales en América Latina, cuyas dimensiones todavía no son posibles de mensurar, no solo en su profundidad, sino también en sus efectos futuros.
La trascendencia de estas transformaciones, con la irrupción de nuevos líderes, de masas organizadas y aguerridas y de programas de renovación en lo social y lo económico, solventan la revalorización del Estado como la más importante institución en la existencia de la raza humana y, consiguientemente, el reforzamiento de su identidad ha impedido que se vulnere la necesaria autoridad de lo público sobre lo privado, que era uno de los objetivos del capitalismo global, de darle a los gobiernos un rol secundario y mediatizado y en relación de desventaja sustancial con las grandes empresas y el mercado.
Las tremendas crisis económicas y sociales, que están sacudiendo hasta sus cimientos a buena parte de los países autodenominados occidentales, Grecia, España, Irlanda, Portugal, y aún a los propios EE.UU., es una demostración palpable de la falacia de que el Estado solo debe ser un silencioso cooperador de la iniciativa particular en su afán de generar renta, ya que la lógica de la ganancia del industrialismo productivo fue despojado de esa capacidad hace muchos años por la acción especulativa de la interacción financiera que cada día establece operaciones monetarias de sumas que desafían a las matemáticas y que son muy superiores, por ejemplo al PIB de Francia.
En el marco de la nueva realidad política y social de Latinoamérica, sus sustentos civilizatorios indudablemente son una guía para naciones del mundo desarrollado.
Indicadores de la economía ecuatoriana con guarismos de desempleo del 5%, con un crecimiento de más del 6%, y con una inversión cuantiosa en las áreas sociales y de infraestructura en lo vial y en lo energético, demuestran sin ninguna duda cuál es el camino para el progreso, para el rescate de las grandes mayorías sumidas en la pobreza.