A horas del iniciado el primer día de investigaciones sobre el avión de Germanwings estrellado en los Alpes, se sabe que solo el copiloto estaba en la cabina cuando se estrelló el avión Airbus A320 que salió de Barcelona a Dusseldorf. Sé que el piloto automático del avión fue cambiado manualmente entre los 38.000 pies y los 100 pies, a las 9:30:55. El copiloto, quien descendió el avión, estaba vivo el momento en que se estrelló. También estaba solo, y no permitió que el piloto pudiera entrar de nuevo a la cabina, mientras golpeaba la puerta y desde la torre de control se escuchaban reclamos. Había 144 pasajeros en el avión. Sé cada escalofriante dato de los últimos ocho minutos que llevaron al avión de Germanwings a estrellarse en los Alpes.
Pero también sé lo otro. No solo sé que el copiloto se llamaba Andrea Lubitz. He visto su foto, sé que ha viajado a San Francisco, sé que comenzó a trabajar en Germanwings en 2013 y que llevaba 630 horas de vuelo. Sé que vivía en un pueblo alemán llamado Montabaur en casa de sus padres y he visto la foto de su casa. Sé que su perfil de Facebook ha sido borrado.
También está la rueda de prensa del fiscal Robin, quien dio el detalle de lo recogido por la caja negra. Sabemos en qué momento salió el piloto de la cabina y lo que le dijo a Lubitz antes de hacerlo. Sabemos los ocho minutos que estuvo intentando entrar a la cabina mientras el avión descendía. Sabemos la respiración del copiloto y sabemos que los pasajeros solo en los últimos momentos se dieron cuenta de lo que pasaba. Sabemos esto por sus gritos.
Y están los detalles de todo aquello que Lubitz no era. No era terrorista. No era musulmán. Y esto no fue un atentado terrorista. (Porque a ver cómo sería la cobertura si el copiloto fuera Muhammed Al-Maalouf, hijo de migrantes sirios.)
Parece que lo que sobra es prisa y falta prudencia. Es una caótica avalancha de información, mezclada con especulaciones, en una especie de ciberespacio amarillista que recoge bastante bien en lo que se ha convertido la prensa buscando el orgasmo de la primicia. Porque además del espectáculo de ‘últimos minutos’ que se monta, están las caras de los familiares en las portadas de los medios, esas caras desconsoladas que no necesito ver para saber que así lo estarán. Pero esa es la foto que vende, supongo. No encuentro otra razón para mostrar la intimidad del dolor al mundo. No encuentro razón para las entrevistas a psicólogos que me explican los pormenores de un duelo que los familiares no podrán tener ante la ausencia de los cuerpos. O por lo menos no encuentro más explicación que la reproducción del morbo noticioso bajo un manto perverso de ‘relevancia’, como el mejor camino para vender un periódico más que mi competencia, para ese RT adicional.
Es la deshumanización de la noticia. Porque la noticia humana no es aquella que me muestra una lágrima reproducida mil veces por el valor del morbo. Y es una deshumanización multiplicada por nuestras ansias de ella, y todas las herramientas que sirven para reproducirlas. Y para olvidarlas tan rápido como llegaron.